viernes, 22 de febrero de 2013


  

                                                        EL CORAZÓN DE JESÚS     (8)

                                                    (Textos de la Cuenta de Conciencia)
La Cruz tiene vida, no es un árbol muerto, tú me entiendes... La Cruz por tanto, tiene corazón, y el corazón de la Cruz, es el Corazón de Jesús con sus mismos latidos... feliz el que se interna en el corazón de la Cruz rompiendo su corteza, porque ese penetra en el Corazón de un Dios- hombre. El que vive en la Cruz, vive en Jesús porque ambos tienen una misma vida, un sólo corazón.
“En Cristo reside toda la plenitud de la Divinidad corporalmente, y vosotros alcanzáis la plenitud en Él.” Col. 2,9
“Vi, -y esto me maravilló- cómo en el Corazón de Jesús está su Alma, dándole el ser, los latidos, la vida, comunicándole la plenitud de todas las virtudes.
Vi claro, y aparte, el símbolo del corazón de carne, como sólo órgano humano, divinizado por la Divinidad, deificándolo, como a todo su Cuerpo Santísimo, pero que la vida de ese Corazón, el fuego el amor, y el dolor, los produce aquella Alma encantadora, en cuyas internas regiones, debemos vivir desde la tierra.
Vi cómo la herida del Corazón de Jesús, es puerta visible que quiso el Señor, en su infinita Caridad, abrir, para darnos a entender, que por ahí debemos entrar a su Corazón, y vivir ocultos, imitándolo: pero, repito, esto no es más que material y simbólico, pero a donde realmente se entra por esa llaga del costado de Jesús, es al interior de su Alma benditísima, a donde late el mismo Corazón, santuario de todas las sensaciones, sentimientos, virtudes y amores del Corazón divino.
¡Oh y quién entendiera lo que es Jesús! Yo creo que sólo María: y me dijo el Señor, que Ella siempre vivió escondida en Dios, y que el alma que más se le parecía, era la de su Madre...” C.C. 34, 164-166
EN MI CORAZÓN NO DEBE ADORARSE EL CORAZÓN DE CARNE, SINO A LA DIVINIDAD QUE LO POSEE.
Multitudes enteras de almas se detienen sólo en mi santa Humanidad sin pensar siquiera en la Divinidad que la acompaña y que la endiosa. Es cierto que sólo por Mí, Jesucristo, se pasa al Padre, y aún más: que es indispensable pasar por mi Humanidad para llegar a Él; pero, pasar, digo, no quedarse en la Carne sin pasar al Espíritu Santo, no quedarse en lo humano, sin pasar a lo Divino.
Yo vine a la tierra, precisamente para atraer al hombre a lo divino; y me hice hombre, para que adoraran en Mí al Dios hombre, no sólo al hombre... C.C. 50,369
Mi Corazón de carne, con santa Margarita quiso tocar los sentidos, diré, lo sensible de la humanidad, manifestando con esa entraña, la más noble del hombre, el amor. Y las Obras de la Cruz, tienen que enseñar más hondamente, más intensamente a amar a ese mi Corazón, en todas sus propiedades: el amor humano, pero derivado del amor divino; a enseñar a las almas, lo íntimo de lo íntimo de ese mi Corazón de amor; sus dolores internos uno a uno; sus dolores divinizados y salvadores.
En mi Corazón sólo sus latidos, su forma, es lo que tiene de hombre; es lo humano, aunque divinizado; pero sus dolores redentores son divinos; sus internas penas por la ingratitud humana, son divinas; sus ansias, sus penas por ver ofendida y despreciada a la Trinidad, son divinas. C.C. 50,371
No es conocido en todas sus fibras mi Corazón, en tantos siglos transcurridos: hay en él, regiones ignoradas por los hombres, tesoros escondidos, y un manantial de amor divino y humano jamás agotado.
Mis sacerdotes transformados en Mí, conocerán, en toda su extensión, las intimidades dolorosas y tiernas de ese mi Corazón divino para darlos a gustar a las almas. No fue la Cruz del Calvario la que más me martirizó sino la cruz de mis internos dolores que deben dar a conocer mis sacerdotes.
Quiero hacer familiar esta doctrina y comprensible si se predica en su hermosa aunque sublime sencillez. C.C. 50,374LOS DOLORES INTERNOS DEL CORAZÓN DE JESÚS
Hay una Pasión del alma de Cristo que es el alma de la Pasión, es decir, que le confiere su valor único y trascendente.
Desde el punto de vista físico, los sufrimientos que han padecido todos los hombres a lo largo de todos los siglos, forman juntos una masa más grande que los de Jesús considerados en sí mismos; mientras que todos los dolores y las angustias de los hombres juntos, no se acercarán nunca, ni de lejos, a
la Pasión del alma del Redentor.”
P. Raniero Cantalamessa en “La fuerza de la Cruz” pag. 107-108
Mi Pasión externa salvó al mundo y abrió el cielo; pero, lo que dio vida y fecundidad a
mi Iglesia, fueron esos martirios internos en la substancia misma de mi alma... Nadie, sino María, se percataba de los tormentos de amor que me consumían... C.C. 55,233
“La afrenta me destroza el corazón...espero compasión y no la hay, consoladores y no los encuentro.” Sal. 68,21
Todas las penas, todos los trabajos, injurias, padecimientos y afrentas, formaban como la parte exterior y que se veía; pero en realidad aunque tomaba todas estas penas para honrar a mi Padre, expiar el pecado, y enseñar al hombre, eran un refrigerio y hasta un consuelo para la sed de cruz que consumía a mi Corazón; pero las penas que me despedazaban interiormente y por las cuales principalmente se obró la redención, éstas no se veían, ni aún ahora se consideran ni agradecen, y sin embargo son las principales.
Estas penas de mi Corazón, las producen las ingratitudes de los hombres y se las manifiesto por las insignias de mi Corazón: Cruz, espinas, y lanzada. Estos dolores internos son los que me martirizaron desde el primer instante de mi Encarnación... ya entonces mi Corazón estaba cuajado de espinas, y ¡qué pocos en el transcurso de los siglos, se han ocupado en quitármelas!
C.C. 9,117)
“COMO A MARGARITA LA ESCOGÍ PARA MI CORAZÓN, A TI TE ESCOJO PARA MI CRUZ”. C.C. 2,53
...“El Apostolado de la Cruz es la Obra que continúa y completa la de mi Corazón que fue revelada a la Beata Margarita. Di que no se trata en ella solamente mi Cruz externa como el divino instrumento de la Redención; que esta Cruz que se presenta al mundo, es para atraer a las almas a mi Corazón clavado en ella, que lo esencial en esta Obra, es dar a conocer los dolores internos de mi Corazón, los cuales no son atendidos y fueron para Mí de mayor pasión que la que mi Cuerpo padeció en el Calvario, por su intensidad y por su duración... Di que hasta hoy el mundo conoce el amor de mi Corazón demostrado a la Beata Margarita, pero que reservaba para estos tiempos el dar a conocer su dolor, el cual mostré entonces con sólo las insignias y superficialmente. (Hay que) ahondar en este mar sin fondo de amargura y darla a conocer al mundo, haciendo que se una el dolor de los fieles al inmenso de mi Corazón, pues que se desperdicia esa riqueza en su mayor parte, y quiero que se aproveche, por medio del Apostolado de la Cruz, en favor de las almas y consuelo de mi Corazón.” C.C. 12, 4. 14 Nov.1899
El mundo ha visto sólo una parte de mi plan al presentar la influencia de mi Corazón a las almas; pero al extenderse la Obra de la Cruz, los ojos verán, y los entendimientos comprenderán completo mi fin, el cual es el reinado del dolor, por medio del amor.
El secreto de aquel amor por el hombre que te he explicado, está en enseñar al mundo frío, al mundo sensual, mi Corazón para conmoverlo, y en el centro de la Cruz, para enseñarlo a clavarse en ella y salvarse!” C.C. 23,282-283
28 Julio 1906.
ADMIRO TU AMOR - DOLOR
“Confesemos que, el dolor de Jesús es tan incomprensible como su amor, y adoremos en silencio el misterio.
¡Oh Jesús! ¿Cómo pudiste vivir treinta y tres años llevando en tu corazón ese dolor inmenso?, ¿cómo podías sonreír con el corazón despedazado? ¿cómo ocultaba tu serenidad el inefable martirio interior?
¡Como quiera que te contemplemos, nos pareces hermosísimo, sublime, divino!, pero —déjame decírtelo— nunca me pareces más hermoso que cuando vislumbro tu dolor. La cumbre de tu vida, es el Calvario, y la cumbre de tu Corazón, es el dolor, es la Cruz íntima que lo corona. Nunca aprecio mejor tu amor, que cuando presiento la magnitud de tus dolores, cuando los considero y digo con toda la convicción de mi alma: «Jesús me ama, puesto que sufrió tanto por mí». Tu grandeza, tu bondad, tu dulzura, tu serenidad, la armonía encantadora de todo tu ser, se engrandecen y brillan ante los ojos de mi alma, cuando los miro a través de tu dolor.”
S.D. Mons. Luis M. Martínez. Ejercicios Espirituales a Conchita en Noviembre de 1929. C.C. 54, 268.
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Danos a sentir, Jesús, en cada ofensa que recibes, el dolor que causa a tu Corazón, ¡queremos acompañarte!

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