sábado, 28 de marzo de 2015

LUZ EN MI SENDERO. Padre Juan B. Gutierrez Gonzalez

LA PRECIOSA SANGRE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
(Llegar a amar a Dios como Dios se ama a Sí mismo)


            Al celebrar este día la Liturgia de la Preciosa Sangre de Nuestro Señor es natural que pensemos en la Eucaristía. La Eucaristía es el Sacramento del Sacrificio de Cristo, y es el Sacramento del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Y algo que es importante para nosotros es esto último: la Eucaristía no es únicamente el Sacramento que nos entrega los frutos de la Redención, sino que es el mismo Sacrificio de la Redención. Ya el hecho de obtener las gracias que el Señor nos mereció en su Sacrificio sería para dejarnos en la admiración y en la gratitud, pero cuando sabemos que es el mismo Sacrificio, numéricamente el mismo, sólo la forma sacramental diversa que el Señor entrega a la Iglesia, entonces consideramos una Iglesia enriquecida con el Don de Jesús en el acto mismo de su Sacrificio.

            Esto tiene mucha importancia en nuestra vida concreta. Nosotros pasamos generalmente por dos situaciones: una del orden natural y otra del orden de la gracia. El hombre siente necesidad en determinados momentos de unirse a su Creador, de expresar la gratitud, de alabar y de glorificar a Dios; sobre todo —y eso es ya en el orden sobrenatural—  San Juan de la Cruz nos dice que el alma que verdaderamente va amando a Dios llega un momento en el que no se contenta con entregar a Dios cualquier amor, sino que quiere amar a Dios con el mismo amor con el que ella es amada por Él. Es una de las cumbres más altas de la unión transformante. Es lo que los teólogos llaman “la igualdad de amor” como característica de la unión profunda del alma con Dios. Los desposorios espirituales, el matrimonio espiritual, se caracterizan no tanto por la sensibilidad ni siquiera por una aparición por la que el Señor entregue el anillo al alma y le diga que va a ser su esposa, sino que se caracteriza por la igualdad de amor, el alma llega a amar a Dios como Dios la ama.

Más adelante San Juan de la Cruz dirá:  llegar a  amar a Dios como Dios ama a Dios. Esta necesidad también es colmada en nosotros de alguna manera en el momento de la Eucaristía, porque en nuestra unión con el Sacrificio de Cristo formamos una sola persona con Jesús,  y así  podemos amar a Dios como Dios nos ama. Por eso la imagen  de Cristo es la imagen —como dice San Irineo— del que recapitula toda la historia. Es una “recirculación” porque todo, absolutamente todo, vuelve —por Cristo— a su origen.

¡Qué grande condescendencia del amor de Dios que nos permite amarlo como Él nos ama! ¿Cuándo hubiéramos pensado que era posible amar a Dios por participación, y con el mismo amor con el que Dios nos ama? Y eso es realidad en el momento de la Eucaristía, porque no únicamente es el Sacerdocio descendente de Jesús mediante el cual nos llegan los dones de Dios, sino que es también el Sacerdocio ascendente de Cristo que hace suyas todas las aspiraciones de la Iglesia, todas las aspiraciones más nobles que pueda tener el corazón humano. Y ya no digamos únicamente el orden natural, sino las aspiraciones más nobles que pueda tener el alma transformada en Cristo.

Nuestra Eucaristía debemos de considerarla no únicamente como una presencia de Jesús entre nosotros, sino Jesús en el acto de la Cruz. Nosotros creemos que realmente se está llevando a cabo en estos momentos el acto redentor de Cristo. Es la forma la que cambia, pero es el mismo Sacerdote, es la misma vida la que ofrece, y el símbolo del pan y del vino están orientados a significar y a hacer presente el momento del Sacrificio.

            ¡Que rica es la piedad católica! Algunos de los protestantes bien intencionados, como hay tantos, hacían esta reflexión: si ustedes los católicos creen en la Eucaristía de la manera como dicen que se realiza ese misterio, ¿por qué no se nota tanto la devoción Eucarística? Es un reproche que a todos nosotros nos queda  muy apropiado. Si yo creo en estas verdades, ¿cómo es mi piedad Eucarística?  Si creo realmente en la actualización del Sacrificio de Jesús. ¿cómo es de sólida mi alianza con el Señor?

La consecuencia inmediata de una piedad eucarística, y de una alianza tal como Dios la ha querido es vivir la caridad: “El cáliz de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y, el pan que partimos ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Porque, aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan.” (1 Cor. 10. 16-17). Si participamos del único Cuerpo del Señor estamos poniendo los cimientos más inamovibles para la vida de caridad con el prójimo. Por eso el Señor se encargó de hacernos ver que una vida litúrgica seria no puede llevarse a cabo con una frialdad en el orden de la caridad: “Los que coméis el mismo cuerpo del Señor, sois uno.” Nuestra vida cristiana parte necesariamente del Sacramento del Bautismo y de la Eucaristía. Los que han estudiado a San Pablo hacen ver que el apóstol no presenta otra moral sino la que parte de las exigencias del Sacrificio de Jesús en la Eucaristía y del Sacramento del Bautismo.


            Estamos asistiendo a ese Sacrificio de Jesús por el que llegan a nosotros los bienes de Dios y,  por el cual y en el cual,  queremos que suban nuestros anhelos más nobles con relación a Dios. Yo insistiría en esa igualdad de amor que debemos anhelar para amar a Dios. Dice San Juan de la Cruz que el alma estará insatisfecha hasta que no llegue a la igualdad de amor. La igualdad de amor será definitiva en la visión de Dios, pero ya como una aurora, pues de eso está plena la comunicación de Dios en la vida espiritual a la que todos estamos llamados. Digamos al Señor  en esta Eucaristía: “Padre,  ya que por mí mismo no puedo amarte con esa igualdad de amor, yo te amo en Cristo, te amo en el mismo Don que Tú nos has dado para que todos volvamos a Ti en Cristo Nuestro Señor.” Amén.

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