domingo, 29 de marzo de 2015

Fragmento del libro RUBÍ CELESTE de CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA

  1. DOS PASIONES
    “¡Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado”. (Sal 21,2)
«En Mí, hijos míos, hubo dos pasiones: una que duró tan sólo unas horas y otra que, amargando mi
Corazón desde la Encarnación, místicamente continúa aún en la Eucaristía.
Ansiaba Yo verme crucificado: padecer más y más por el hombre; y a medida que mis suplicios se

aproximaban latía mi Corazón con inmenso júbilo. (120) Mi pasión interna, producida por el amor, anhelando desahogarse en los padecimientos. Un secreto que pocas almas conocen, secreto de mi Corazón amante, es que mi pasión no ha concluido: duró toda mi vida mortal y durará mientras haya ingratitudes. Mi pasión del cuerpo fue un descanso para mi pasión del alma”.
«¿Fue descanso, Jesús?»
«Sí, fue ciertamente un descanso, un alivio, porque mi Corazón se abrasaba en dos amores: en el amor a mi Padre (121) y en el amor a las almas; (122) y descansó cuando con mis padecimientos corporales incendió al mundo con el fuego del Leño de la Cruz santificada con mi contacto. Con mis padecimientos externos, y más aún con los internos, como el desamparo y la desolación, dolores de un Hombre-Dios, que me arrancaron la vida, se reparó a la divina Justicia, se abrieron las puertas del cielo y las gracias, como lluvia, descendieron sobre las almas. Yo soy el amor y amo las almas hasta la locura y porque amé a los hombres morí por ellos.
La salvación de las almas es mi más ardiente deseo; es la pasión dominante de mi Corazón; es este Corazón lleno de fuego que se consume en su favor y que las mismas ingratitudes humanas le sirven de combustible.
Con lo que llevo dicho ya comprenderán, hijos míos, la pasión íntima de mi Corazón: en ella no han concluido ni las espinas, ni los clavos, ni la cruz, porque subsisten los pecados y las ingratitudes.
Padecí durante mi vida porque veía a través de los siglos pisotear la gracia que tanto me iba a costar adquirir. Y hoy padezco místicamente y lloro sobre muchas almas muertas, amenazadas de perderse.
Otro secreto más voy a confiarles. No sólo padeció mi alma desamparos y desolaciones en la cruz. También en mi vida, y muy a menudo, sentí el desamparo de mi Padre, no tan sólo en el Huerto de los Olivos cuando su mirada se fijaba en Mí y me veía como al responsable de los pecados del mundo, vestido de ellos. Y estos padecimientos internos, excepto mi Madre y san José nadie los conoció. Y tampoco ha habido en el mundo, hasta hoy, quienes se dediquen especialmente a honrar estos dolores ocultos de mi alma, esta pasión acerbísima de mi Corazón. Todos ven mi exterior, pero muy pocas almas penetran al fondo de mis dolores. Para esto quiero tener Cruces vivas que mitiguen con sus sacrificios de amor las penas del mío.
 Las llamo Cruces vivas porque en la cruz se concentraron el amor y dolor; y cruces de mi Corazón porque están llamadas especialmente a ser su propiedad. Por tanto, mi Corazón de fuego las llenará de lo que está lleno: de martirios internos que ofrecerán, a imitación mía, por la salvación de las almas. Este es el destino, el carácter especial de mis hijos: ser víctimas en favor de la Iglesia y de sus hermanos.
No a todas las almas regalo con los martirios internos de mi Corazón, sino sólo a las que se entregan totalmente a mi voluntad empleando su vida y sus dolores en salvar a las almas. 

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