viernes, 3 de abril de 2015

VICIOS OPUESTOS A LAS VIRTUDES DE SACRIFICIO. primera familia

               VICIOS OPUESTOS A LAS VIRTUDES DE SACRIFICIO

1.  Inmortificación
    La Inmortificación procede de la Sensualidad y del Amor propio principalmente.
     La Comodidad y la Delicadeza lo alimentan y hacen crecer, ayudándole además a que llegue a su completo desarrollo, por medio de la Molicie.
     La vida espiritual subsiste y crece con la savia de la Mortificación; esta virtud la vigoriza y prepara el alma para grandes gracias.
     En cambio la Inmortificación mata esta vida del alma, o cuando menos la hiela y seca, enervándola para todo bien; porque hay que desengañarse: la vida del espíritu, nace, cre­ce y se desarrolla solamente en el campo doloroso de la Mor­tificación voluntaria, o sea de la Cruz: no existe otra vere­da para llegar a ella, sino la estrechísima del Dolor.
     La Mortificación es la escala que más pronto y directamente lleva al cielo por las virtudes, ella es la perla del cora­zón que me ama. En cambio no existe declive más inclinado, que haga descender al corazón por toda clase de vicios, como la Inmortificación.
     El alma que se deja llevar de ella, pronto caerá en el pecado.—¿Di, Señor, en qué cosas se debe uno mortificar y cuándo ?
    —Siempre y en todas partes, especialmente cuando siente el alma alguna afición desordenada aún en la más santo; cuanto más en cualquier determinado vicio. En todo lo que no sea recto debe el alma mortificarse, enderezando sus actos e intenciones hacia Mí solamente, y con el único fin de agradarme.
     En lo ilícito siempre hay que mortificarse por deber y en lo lícito, por amor Mío.
     La Mortificación debe ser el pan cotidiano del alma: ella es el crisol en donde constantemente debe purificarse, y el agua en que debe lavarse.
     Es un mana la mortificación que contiene muchos sabores y siempre nuevos en los cuales el alma se llega a embriagar de tal manera, que pasa a constituir su felicidad en la tierra, siéndole penoso vivir sin Dolor, y solamente con el fin so­brenatural de darme gusto y complacerme.
     Progresos muy grandes en la perfección, hace un alma mortificada; en cambio la que se deja llevar de sus gustos e inclinaciones, se mancha, se abaja y retrocede, poniéndose en peligro de perder el calor y la vida espiritual del alma.
     La Inmortificación, sin embargo, reina hoy en el mundo y desgraciadamente invade también a las Religiones.
     La nieve de los claustros es la Inmortificación: ella destruye el calor del amor divino y congela a las almas con su contacto.
     Es además, La Inmortificación, la destructora da la Oración: infiltra en el alma la Disipación y el Fastidio, las Dis­tracciones y el Cansancio, poniéndose como poderoso obstácu­lo entre Dios y el alma.
    La Inmortificación deseca las fuentes de las inspiracio­nes Divinas y cierra las puertas a las comunicaciones del Es­píritu Santo. Grande mal es la Inmortificación, y uno de los venenos con que Satanás mata a las Congregaciones religiosas.
    ¡Desgraciadas las Religiones sin la Mortificación como reina y Señora! ellas vendrán por tierra más o menos tarde, porque una de las más poderosas palancas que la sostienen, es la mortificación!
    Un alma fría, generalmente, es una alma Inmortificada. Un alma con frecuentes recaídas, tiene también por causa de su debilidad la Inmortificación. Un alma que no avan­za en los caminos de la perfección, es decir, de las virtudes y de la Cruz, es también sin duda, inmortificada. Un alma que no adelanta en la oración no vacile en afirmar que le falta el indispensable apoyo de la Mortificación, o llave con la cual se abren esas divinas puertas que ponen al espíritu en co­municación directa con Dios.
    La Mortificación debe acompañar a todos los actos del hombre tanto interiores como exteriores en sus potencias y sentidos. ¡Oh y qué bella es la Mortificación interna y espiritual! en ella se complace el Espíritu Santo!
    Y de la misma manera que existe Mortificación interna, de la cual se produce la externa, igualmente hay Inmortificación interna más refinada, y de la que se produce la externa. No existe la una sin la otra puesto que del corazón parte el bien y el mal, y ahí se elaboran tanto las virtudes como los vicios: pero, existen unos vicios internos, que tocan con es­pecialidad los puntos más íntimos del alma, creciendo con esto su daño y malicia. La Inmortificación interna, por ejem­plo, pasa a dejar desarrollarse los pecados secretos, sin opo­ner resistencia: ella patrocina a los vicios espirituales, y a los vicios espirituales perfectos, y da rienda suelta a la Liber­tad culpable de las pasiones todas.
   Grandes y estupendos males causa esta clase de Inmortificación y sólo se cura con la santa Rectitud, Penitencia, Mortificación, y Pureza de intención. CC 15, 305-310.


2.  Molicie
     La molicie es la hija de la Pereza, y muy íntima compañera del Cansancio y del Desaliento. La Molicie es la Co­modidad en su más alto grado, y el depuramiento de la Sensualidad.
    Aborrezco a este defecto tan contrario a mi doctrina y a mi Cruz y todo cristiano debiera aborrecerla igualmente.
         La molicie embota los sentimientos del alma para todo lo bueno, santo y espiritual, y adormece el corazón debilitando además su energía y valor para el sacrificio. EL alma de quien se apodera la Molicie, va sustrayéndose a los actos do piedad y a la práctica de los Sacramentos, concluye por aban­donarlos por completo y perderse.
    La vida espiritual está en una completa contraposición con la Molicie porque la vida espiritual lleva consigo en sus venas a la Actividad y al Sacrificio.
    El Dolor, es también antagonista do la Molicie, pues este defecto que raya en vicio, descansa en mullido lecho de olorosas flores. ¡Desgraciada el alma de quién hacen su presa! ella pagará muy caro la vida muelle y deliciosa que en el mundo usa.
    La molicie es un vicio que va contra Dios por la gloria que le quita; contra el prójimo y el pobre por el bien que le deja de hacer, y contra el alma misma que la lleva consigo, por el daño funesto que le produce. La molicie es enemiga acérrima de la Cruz, y su misión es ahuyentar del alma las virtudes y la vida interior que tantos bienes le produce.
    La Penitencia y la Mortificación la hacen estremecer : el Sacrificio, la Abnegación, el Sufrimiento y el Padecimien­to voluntario, son letra muerta para la Molicie, y aún de su sombra huye.
    El remedio único para este pegajoso vicio, consiste en el Trabajo y Desprecio propio, unido con la Constancia, el Vencimiento y la Generosidad.
    El alma que no se sacude valerosamente y con presteza de tan dulces y magnéticos brazos vivirá una vida floja, egoísta e inútil cuando menos, y se quemará largo tiempo en el voraz fuego de un terrible Purgatorio. CC 14, 241-243.


3.  Delicadeza
    La Delicadeza es hija de la Molicie.
    Esta Delicadeza no es aquella Delicadeza pura y espiri­tual que busca la limpieza del alma, y se lastima con el menor polvo que la empaña. Consiste, al contrario, en un pulido refinamiento de exagerada sensualidad.
    Los pretextos y los mimos forman un séquito; aún el aire que esta delicadeza funesta respira, tiene que ir embalsamado de suaves perfumes. Parece que hasta la luz lastima a este adelgazamiento satánico de la Delicadeza.
    El amor propio, es decir, el enamoramiento y cuidado de sí mismo reina en la Delicadeza, en su mayor extensión.
    Las almas y los cuerpos a quienes guarda el nicho dorado de la Delicadeza, merecen el Purgatorio, y aún se exponen muchas veces al infierno!
    Y sin embargo, el mundo y aún algunas religiones están llenas de tan pernicioso mal. Esta maldita delicadeza es tan fina, que no respeta lugar en donde suavísimamente no se introduzca.
    ¡Ay de las almas que de ella se dejan coger! pueden contarse por desgraciadas, porque todo cuanto aleja de mi Cruz, aleja de Mí mismo; y el que de Mí se aleja, se pierde sin remedio.
    Aborrezco a este lazo de Satanás cuando soy capaz, es decir, infinitamente, pues sólo Yo puedo medir los daños sin número que causa en las almas.
    La Delicadeza no existe en la vida espiritual. La razón es sencillamente porque allí no puede existir; es decir, no puede haber vida espiritual en donde ella reside: la una es enemiga de la otra y jamás pueden juntarse.
    La Delicadeza huye de la Cruz, y la vida espiritual se abraza de ella: la Delicadeza aborrece al Dolor en todas sus formas y la vida espiritual concreta en el Dolor su mayor dicha.
    La Delicadeza se goza en los más finos placeres; la vida espiritual los odia y se aleja de ellos: la Delicadeza ama el Descanso y la inacción: la vida espiritual arde y se abraza en el vivo fuego del Amor activo, que nunca busca ni acepta descanso, porque su descanso está  EN NO DESCANSAR. Ya verán si hay completa oposición en la Delicadeza, muelle y emponzoñada y en la hermosa vida de amor y de sacrificio.
    El remedio contra la delicadeza consiste en la total transformación del alma por medio de la propia crucifixión.
    Aquí se necesita el completo escuadrón de las virtudes guerreras para matar toda propia condescendencia y debilidad del alma para consigo misma.
     Solamente con este heroico valor y con la potencia formidable de semejantes virtudes, se podrá derrocar y destruir este suavísimo y enmelado vicio que a tantas almas hunde en la eterna perdición.
     Que las almas abran los ojos y contemplen en la Delicadeza el camino derecho para su eterna ruina, y en la Cruz el sendero recto para la eterna salvación.
     El Dolor viene hoy a destruir a la Delicadeza, a arrojar­la de su trono, a desenmascarar a Satanás, y a dar el grito de ¡alerta! a tantos miles y miles de almas engañadas y adormecidas con el embriagador licor de la Delicadeza  CC 14, 243-247.


4.  Comodidad
    La Comodidad es hija de la Delicadeza, y corre por sus venas la sangre da la Pereza.
    Es compañera de la Molicie, y siempre lleva consigo la Ociosidad.
    La Comodidad es ahora la reina del mundo, extendién­dose su influencia de uno a otro polo.
    Las Religiones también, ¡ay! la tienen muy arraigada: y por esto a la mayor parte de las mismas las envuelve tanta tibieza.
    La Molicie espanta hasta cierto punto a las almas que se llaman espirituales: pero Satanás le da a la Comodidad mil clases de colores y hace que la reciban en sus corazones sin el menor escrúpulo.
    ¡Cuántos hay de estos engaños en las Religiones!
     La Comodidad es uno de los puntos más deleznables de las comunidades religiosas, punto por donde Satanás mina a las mismas para debilitar su espíritu y hacerlas caer en la tibieza.
      Comienza el demonio con vil astucia a poner en las Religiones lo superfluo como necesario y la tolerancia por cosa indispensable.
      De esta culpable Comodidad a la Delicadeza hay solamente un paso; Satanás sabe muy bien urdir mil imaginarios pretextos para arrastrar insensiblemente a los Religiosos al reinado de la Comodidad. Ponderando la necesidad de la sa­lud, se pasa con suma facilidad a la Sensualidad.
     ¡Cuan resbaloso es este camino de astucias satánicas que conducen a la Comodidad y de esta a muchos males!
      La Condescendencia culpable extiende gran parte de su reinado en la Comodidad. El Amor-propio es su brazo derecho; y aún el Egoísmo tiene en la Comodidad parte de su campo.
      En todos los actos de la vida del hombre, en más o menos escala, se introduce este dañino mal, que los desvirtúa y aún los envenena.
       Esta serpiente de la Comodidad se introduce hasta en lo más Santo. Se le encuentra en el Templo y en la Oración, en el cuerpo y aun en el alma.
      La Comodidad del cuerpo se deja ver en el dormir, en el comer, en el descanso, y en las ocupaciones que puedan satisfacerle; mas el mérito de la virtud está en encontrarla. Cuando el espíritu domina a la materia y llega a postergarla, a fuerza de contrariarla y vencerla, entonces el hombre está en su punto correspondiendo al fin para que lo creé.
      La Comodidad en el espíritu camina unida con la del cuerpo: a la medida que se le conceda la comodidad al cuerpo se introduce en el espíritu.
     ''Aquel que me quiere seguir", debe tener muy a raya el cuerpo. El negarse a sí mismo consiste en oponerse absolutamente a que el alma y el cuerpo reciban Comodidad.
      La Comodidad de] alma consiste en buscar en las oraciones, obras de piedad y de misericordia, penitencias, etc., todo lo que pueda satisfacerle.
      La Comodidad del espíritu está en el buscarse a sí.
      Esto, como se ve, está muy lejos de la Pureza de intención, la cuál absorbe los actos de la criatura, santificándolos, y dándoles valor y en esos actos buscando solamente a Mí.
      ¿Ven hasta qué punto sube la dañina Comodidad, invadiendo también la vida del espíritu al desplegar sus alas en la vida material y ordinaria?
     Casi nadie en el mundo lo comprende así, corriendo este vicio sin que nadie se ocupe de interceptarle el paso. ¡Oh! Sólo Yo sé el mal tan estupendo que la Comodidad causa en las almas y en la vida espiritual!
     Muchos, muchísimos de los que se llaman míos están abrazados, unidos y pegados a tan pernicioso mal!
     No sólo con fútiles pretextos admiten a la Comodidad, sino más aún, corren a buscarla, y no pueden, no, vivir sin ella. ¡Y los que tal hacen se llaman cristianos y se llaman míos! ¡Engaño funesto!
     "El que quiera venir en pos de Mí", que deje la Comodidad, que se niegue a sí mismo, que en nada se busque a sí, y que me siga.
     Yo en mi paso por la tierra no tuve una piedra en donde reclinar mi cabeza, y millones de hombres se mecen en la más refinada y muelle Comodidad! Y ¿éstos me siguen? No, no; son más de palabra, mas en la práctica de los hechos, al tratarse de crucifixión, reniegan de mi doctrina, y con las obras, prueban cuán lejos se hallan de Mí. ¡Desgraciados! van contra la Cruz, por más que con la lengua la encumbren. Desengáñense y desengáñenlos: el único camino que conduce a Mí, es el camino de la Cruz, es decir, el del aplastamiento y destrucción de toda propia comodidad.
      El mundo no entiende de esto; más que tampoco en las Religiones se haga algo sobre el particular, esto me duele, y al mismo tiempo hiere a mi Justicia y la irrita.
    Se deja sin obstáculos, pasar a la Comodidad y una vez estando ya dentro, Satanás se encarga de hacerla fructificar para su cosecha.
      La Comodidad es un gran mal, un espantoso mal para la vida espiritual recta y santa: nadie comprende, repito, el veneno que consigo lleva, veneno lento, pero que acaba por matar los vuelos del alma para el sacrificio, infundiéndole una espantosa inercia.
      La Comodidad también concluye por embotar los santos ímpetus del alma hacia la Cruz y ¡no se conoce a serpiente tan fiera y astuta que con sus redes de seda, caza a miles de almas para arrojarlas al infierno!
       Hay que desinfectar esta atmósfera venenosa de la Comodidad que se respira en todas partes: ¿y saben cómo? Con la Cruz: con el reinado del Dolor.
      El mundo se hunde por la comodidad: la Iglesia resien­te dolorosamente este defecto Capital en sus hijos.
      El único remedio para tan contagioso mal es el Sacrificio, es el Dolor, es la Cruz.
       Que sacuda el alma con violencia este sopor que la envuelve; que se renuncie a sí, y que me busque a Mí, por el camino del propio desprecio y se librará, Yo se lo prometo, de tan grande mal, el cuál puede acarrearle funestas consecuencias para la eternidad.
       Que las Religiosas se esfuercen, y haciéndose violencia, con toda valentía y constancia, arrojen lejos de sí a la Comodidad.
      Más, si dicen que no la conocen, es porque no oran y porque no me aman.
     La Oración y el Amor son los anteojos por donde se ve, se conoce y se mide a la propia Comodidad.
      El alma que por estos vidrios de aumento se asoma a su interior, ve lo que jamás imaginaba, y horrorizada entonces del fuego en que estaba envuelta, se levanta y arroja lejos de sí, interior y cxteriormente, a la serpiente de la Comodidad, rompiendo las redes en que estaba presa.
    ¡Feliz el alma que tal haya: ella ha dado un gran paso hacia la perfección! CC 14, 247-254.


5.  Gula
     La Gula es un vicio capital que reina en el mundo y es señor de todo el.
      La Gula entra también en los claustros e invade las mesas más humildes, haciendo inconcebibles daños en todas las escalas que recorre.
      La Gula hace también estragos en los corazones y también en los cuerpos de miles de personas.
      Ella lleva consigo una clase de armas venenosas que tiene el desorden: es la Gula hija del Desorden, y por lo mismo es hija de Satanás. Orilla a muchos otros vicios y es de terri­bilísimas consecuencias para  el alma.
     Consiste la Gula en un desorden material que arrastra al apetito a traspasar los límites de la discreción y de la prudencia en el comer y en el beber.
      Este vicio a veces domina de tal manera al hombre, que lo absorbe y precipita su espíritu en muchos y muy graves males.
      La Gula es el puñal de la vida del espíritu: ella enerva las fuerzas del alma y es muy propia para producir la Tibieza,  la Frialdad y el Desaliento.
     Este vicio estragador es más terrible de lo que parece a primera vista.
      La Gula es una pasión baja y desenfrenada que se reviste con muchos colores y fases. Es desenvuelta en el mundo, en las personas piadosas, y solapada y más terrible en los que se llaman míos. Es un vicio que comúnmente se cubre con la Hipocresía y la más fina Soberbia. El Respeto humano con mucha frecuencia acompaña a la Gula.
      La Gula hace la guerra ¡y cuánto! a la vida espiritual, haciendo que la materia predomine sobre el espíritu, debiendo ser todo lo contrario; pues, “no sólo de pan vive el hombre”.
     Toda alma que se venciera sobre lo particular, Yo le prometo la hartura de mis gracias con aquella feliz hambre y sed insaciable y amorosa de Mí mismo.
      Que los que se llaman míos, perseveren generosamente en la lucha, sacrificando su natural apetito, el cual, desordenado, se convertiría en vicio y veneno para el alma.
      La Gula lleva con mucha facilidad el corazón al nefando vicio de la Impureza. De la Gula a la impureza hay sólo un paso, el cual a toda costa se debe evitar.
      La embriaguez, de una manera particular, casi siempre lleva consigo a este maldito vicio de la Impureza; y por ser este vicio el que prefiere Satanás, lo favorece de muchos medios, siendo la Gula muy principal instrumento para condu­cir al alma a la Impureza.


6.   Gula Espiritual
       Existe también la Gula espiritual que viene de la Envidia, en gran parte, y consiste en un desordenado deseo de san­tidad, el cual se aparta del Abandono a la voluntad divina.
      La Perfección consiste en la moderación prudente de todo justo medio.
      Este aviso que doy es de mucha importancia en la vida espiritual y material; pues muy fácil es a la naturaleza del hombre el desordenarse.
       En lo bueno como en lo malo, el apetito sensitivo busca su propia satisfacción, y tanto en lo uno como en lo otro, la Rectitud debe ser la balanza de sus operaciones.
      Hay personas que pasan la vida, pensando cómo darán gusto a su paladar. Aún más: en muchas ocasiones el pensamiento de los manjares quita de los corazones el recuerdo di­vino de mi Persona. ¡Oh, aberración espantosa! ¡Parece men­tira que la bajeza de la naturaleza corrompida posponga a un pedazo de pan al Rey del cielo y tierra!  ¡Guerra al apetito desordenado de la Gula!
      La templanza, virtud hermosísima, y el Vencimiento propio son el contrapeso de este vicio.
      El aborrecimiento propio es muy útil para sujetar la materia a la razón y al espíritu, ayudado de la Prudencia y Moderación. A medida que la carne se vence, el espíritu, es decir, el Orden crece, y supera, y llega a reinar.
      El Dominio propio, en esta materia, es de mucha importancia, ya que el viene a equilibrar las cosas, poniéndolas en su verdadero punto, y en el orden en que Yo las creé, es de­cir, que el espíritu sea el Rey de la materia.
       La razón y la Fe deben dominar todo levantamiento de cualquier apetito viciado y desordenado. ¡Oh, si esta comprendieran y practicaran los hombres!
      Para la ayuda de este dominio de la carne están la Penitencia y la Mortificación, las cuales son armas con que se triunfa de la Gula y de otras muchas pasiones.
      Miren el funesto campo de los vicios, y den el alerta a tantas almas que sólo viven de la materia, sin ni siquiera vislumbrar las riquezas, los tesoros y los infinitos bienes que se encuentran en el vencimiento de las viles pasiones, y en la lucha terrible contra sí mismo, la cual alcanza la victoria contra el enemigo.
      En el Orden se encuentra la felicidad; en equilibrar lo que el maldito Desorden destruye, se halla la verdadera dicha.
     Cuanto más se quite a la carne, mayor será la ganancia para el espíritu.
      Todo lo que el hombre voluntariamente se quita a sí mismo, por amor mío, lo encontrará duplicado en el desarrollo interior de su espíritu.
      El Espíritu Santo recompensa toda maceración de la carne con la abundancia de gracias.
      Toda propia crucifixión o dolor, sea interno o externo, que el hombre se procure por Mí, será recompensado con creces.
      ¡Cuán grande es la vida del espíritu y cuán postergado está su reinado en el mundo! Cuán postergado se ve con frecuencia aún en las Religiones!
       El hombre vive de materia, de fingidas vanidades y fugitivos placeres, que dejan lacerado el corazón: y no hace caso, no, del santuario interno que dentro de sí lleva, en don­de debiera constantemente ofrecer incienso a su Dios y Se­ñor, quemando sus vicios, ruindades y viles pasiones en aras del sacrificio amoroso. Mas esto no se conoce y mucho menos se practica.
      Vengo atraído por mi grande Misericordia a dar una alerta al mundo: a despertar de su letargo a tantas almas ilusionadas, engañadas y sordas; vengo hoy con indecible abajamiento a llamarlas a mi Corazón para salvarlas.
      No se asombren, no, de tanta bondad: quiero en los últimos tiempos olvidar los pecados del mundo y salvar las almas que viven ciegas en sus culpas e inculpables errores.
     Vengo, a dar un mentís a Satanás, a levantar mi Cruz y hacer reinar el Dolor.
       No quiero ya falsa piedad, ni virtudes fingidas, ni vicios solapados y traidores; tiempo es ya de quitar la careta a Satanás, y de hacer patente al mundo sus infames maquinacio­nes.
       Quiero que reine la Pureza, la Cruz, el Dolor, y la verdadera Santidad.
       Quiero solidez en los corazones; necesito almas que me consuelen y aplaquen Conmigo a la divina Justicia.
     El mundo se hunde por la sensualidad, y la Tibieza lleva el campo del universo entero... ¡Ayúdenme!

     ¡Préstense!...  CC 14, 162-169.

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