PRIMERA FAMILIA - VIRTUDES DE SACRIFICIO
1. Sacrificio
El
Sacrificio y el Dolor nacen sólo del AMOR de DIOS; y en él viven, y
dentro de él crecen y fructifican, llenando el alma de inmensos bienes,
(n. m. Tomo 12).
2. Pobreza
La Pobreza es
muy semejante a la Santa Obediencia y a la hermosa humildad.
El
despojo total de la Pobreza se
efectúa
en no tener, el cual es hermano del no pertenecerse.
Me
doy, digan los Religiosos, me entrego, me vacío, me nulifico, todo lo entrego: de
todo me despojo: entrego todas las personas, todos los
afectos; devuelvo al Señor todo cuanto de El he recibido,
con todos sus dones y gracias: doy mi cuerpo, mi alma, mi vida, mis sentidos y
mis potencias, mis sentimientos y palpitaciones y hasta mi eternidad. Esto
es el despojo de la Pobreza. Y
al despojarse se siente le una grande hambre de más
pobreza; porque las virtudes participan de aquella hambre y sed insaciable de
Dios, que nunca se satisface, siempre anhelando el alma aquel inmenso y Eterno Bien. Las virtudes
son unas emanaciones del mismo Dios y tienen la misma
propiedad de ser infinitas. CC 12, 364-365.
La Pobreza, no sólo la exterior y actual, sino la
interior del Espíritu debe ser el vestido
del Religioso. Mi corazón ama mucho
esta virtud, la cual practiqué toda mi vida hasta el último momento de mi paso sobre la tierra.
El religioso con vanidad es muy pobre a
mis ojos, y el pobre en su espíritu y cuerpo es
rico en el cielo. Quiero a mis cruces muy
pobres: desprecien todo adorno y comodidad;
hasta despreciarse a sí mismos: estén desnudos de todo olor mundano, y vestidos sólo de Jesús. Cada día encontrarán más riquezas, más encantos en la Pobreza.
Vistan con mucha modestia: y sus alhajas
sean las que me adornaron a Mí;
ya que a mi cuerpo, en mi muerte, sólo le tocaba exteriormente el leño de la Cruz, el
hierro de los clavos y las
punzantes espinas.
Estúdienme,
y sean un fiel retrato en el desasimiento perfecto de todo lo terreno, de todo
lo divino, en Dios y por Dios. CC 6, 158-159.
La pobreza y la obediencia tienen un color
y un aroma muy parecidos. Este aroma embalsama cuanto toca, y da valor a los actos de la criatura, hasta un punto
que yo solo sé. Estas virtudes
huelen a divino: las dos nacieron en mi Corazón, y son mis amadas. CC 13, 11.
La pobreza es una reina cubierta de
harapos: a la vista espanta a la naturaleza: pero en
abrazándose a ella tiene un aroma delicioso; se disfruta de una paz y dicha
desconocidas por el mundo.
A unas manos vacías llena el Señor, al
cual le agrada dar al que no
tiene y reconoce que lo que tiene es de Él y se lo devuelve.
Este recibir y devolver hace crecer el tesoro
que el Señor derrama en el
alma pobre; y mientras más recibe más devuelve, gozándose el Señor en este comercio santo;
pero ¡ay del alma que se
queda con sus gracias como propias!
Yo llevo conmigo mis tesoros: y quien me
tiene a Mí todo lo tiene; pero no en sí, sino en Mí
mismo. El alma unida a Dios es rica con sus
riquezas y totalmente vacía o pobre en
sí misma, es decir, todo lo tiene sin tenerlo, y se queda con su
pobreza, aunque este vestida de perlas. Por aquí se ve la necesidad de esto
despojo de sí mismo, si se quiere emprender con fruto la vida espiritual perfecta. CC 11, 122-124.
3. Pobreza
espiritual perfecta
La Pobreza
espiritual perfecta está alabada por Mí mismo
en la primera Bienaventuranza e indico el premio a que es acreedora el alma que
la posee.
El reino de los cielos es más
de los pobres de espíritu y mil veces más que de los pobres
del cuerpo.
Los
pobres de espíritu son
los que devuelven los dones al Dador de ellos: los que se
renuncian totalmente: los que mueren a su propia voluntad, para vivir tan sólo
de la Mía.
De todos éstos es el
Reino de los cielos. También es el Reino de
los cielos de los obedientes, porque los Obedientes triunfarán
desde el momento que se doblegan.
Los
obedientes cantarán victoria: más, ¿en dónde? En su
Reino, en el Reino eterno de los cielos.
La
pobreza espiritual perfecta y la Obediencia espiritual perfecta son hermanas y de ambas es el Reino de los cielos. ¡Bienaventuradas
las almas que las poseen!
Y esto no
es más que un acto de mi justicia;
porque el que se renuncia a sí, me tiene a
Mí; y el que todo lo da, también
me posee a Mí; y el que muere a sí mismo, resucita en Mí;
y el que nada tiene lo tiene Todo.
Este Todo
soy yo mismo.
Mi liberalidad es muy grande; ya que por un poco de tierra doy un cielo.
Al alma criada, que se da, se le da a ella un Dios
increado.
Y ¿quién podrá
medir la distancia que hay entre Dios y
la criatura? Si comparan la dádiva, su asombro crecerá y llegará
la admiración a su colmo, si pudieran solamente entrever
lo que es el eterno premio de mi Reino infinito.
¡Feliz
el alma que llega a poseer estas virtudes espirituales
perfectas! No sabe el Oasis los tesoros que tiene a su disposición.
El mundo ignora esta última perfección, la cual es
practicable y que escala el cielo, hasta llegar a poseerlo. CC
13, 120-122.
4. Penitencia
La
Penitencia es el fuego que
conserva las virtudes y les da savia para su
desarrollo.
De
ella nace el propio desprecio; de ella se produce el ansia de padecer; el hambre de crucifixión.
La
humildad produce esta grande virtud, conserva sus actos; mas la desarrolla el amor divino.
La
Penitencia es muy agradable a
Dios y tiene muchos visos, y alcanza diversas gracias para las almas y para la
misma alma que la práctica.
La
Penitencia atrae a la ternura y
el Corazón de Dios y tiene las cualidades
de expiar y merecer.
La Penitencia brota de la humildad. CC 13, 12.
5. Penitencia Espiritual Perfecta
La
Penitencia exterior tiene la facultad o
virtud de purificar el cuerpo y
el alma, pero existe otra clase de penitencia: la penitencia espiritual perfecta.
Esta
penitencia es de un valor inmenso, y como lo dice su nombre, toca directamente al espíritu, aunque sus
efectos se dejan también sentir en el cuerpo.
Esta
purificación no está en manera alguna en la voluntad humana, sino que depende
totalmente de la voluntad divina. Esta voluntad
divina, o por sí, o valiéndose de otro espíritu, hace pasar al alma por el vivo fuego del
crisol de la purificación más
intensa y atormentando al alma, la deja capaz para recibir las gracias del cielo. Este es un fuego que en un instante consume
hasta las más pequeñas imperfecciones,
y acerca al espíritu, así purificado.
Esta purificación deja en el alma varios santos afectos: es
decir, le da luz, fortaleza y unión: estas tres gracias, además de otras, son las principales con que Dios
regala al alma feliz que lleva por
estos caminos.
Esta penitencia es una de las virtudes internas perfectas de que venimos hablando: y solamente un especial
beneficio de Dios y un don puramente gratuito. Es un favor del cielo
con el cual Dios purifica a las almas, las limpia para subirlas a la alteza incomprensible de la unión.
Son
estas desolaciones, que van a lo más hondo del espíritu, un don gratuito, sin que nadie
sea capaz, ni de quitarlas, ni de
disminuirlas, pero se puede inclinar a mi Corazón a concederlas, practicando
los tres grados de perfección de la
Religión de la Cruz. CC 6, 224-227.
La
Penitencia es de gran valor y procura al alma innumerables bienes. El cuerpo es
como un pedernal y la penitencia el eslabón con que se produce el fuego santo que
purifica el alma y la abraza en el divino
amor.
La penitencia es una
poderosa arma contra muchos vicios; es
espuela contra la molicie y ataca directamente a todos los pecados capitales. Es el cerco de la
castidad, la despertadora del espíritu y el antídoto contra el fuego del
Purgatorio: es la llave de las gracias y la que detiene la justicia del mismo Dios, es una mina que atesora para el cielo.
La
penitencia abre las puertas de la contemplación y los tesoros
celestiales. Sin embargo, hasta su nombre causa horror; pero si se gustasen sus frutos,
este delicado sabor que en el mundo no se
encuentra...! La Penitencia inclina al hombre
a la mortificación, al propio desprecio, a la Caridad del prójimo y a la unión con Dios. CC 10, 19-20.
6,
7 y 8. Sufrimiento, Sufrimiento Espiritual Perfecto y Padecimiento
La virtud del sufrimiento
es una parte esencial del Dolor. El sufrimiento cristiano que se acompaña siempre de la resignación y de la
Paciencia, es hijo de mi Corazón, nacido y santificado en
El.
En mi Corazón se santificó el Dolor interno, del
sufrimiento de mi Corazón tomó su virtud y
fortaleza.
El
sufrimiento es mayor que el Padecimiento, porque éste toca al cuerpo
y aquél al alma, y tanto le aventaja cuanto es la diferencia de la material
a lo espiritual.
El Padecimiento cristiano es también una virtud, y muy grande y de
riquísimo e imponderable valor a los ojos de Dios, sobre todo cuando
parte de un cuerpo puro, con una alma santificada.
Uno de los mayores medios para la santificación de una alma es el padecimiento
físico causado por las enfermedades; sin embargo, el
Padecimiento es hijo del Sufrimiento y la mayor parte de las
veces andan juntos. Mas ahora no trato aquí de un Sufrimiento
puramente moral, aunque en mucho lo estimo y valorizo; hablo del Sufrimiento
espiritual perfecto, que anega al alma en las amarguras más crueles.
Esta clase de sufrimiento interno fué el que desgarró a mi amantísimo
Corazón, desde el instante mismo de mi Encarnación hasta que
entregué mi Espíritu en manos de mi Padre. En este sufrimiento se complacen las miradas
del Padre; y él es el que partiendo de una alma pura, alcanza más gracias celestiales. Todo Padecimiento y todo
Sufrimiento es Cruz, y constituyen el camino derecho para el cielo.
Ellos
preparan al alma para la Contemplación y la conservan: ellos son
indispensables apoyos para la Oración, y su alimento y su
vida.
A la medida del Dolor descienden las gracias
para el alma y para las almas.
El
Dolor es el Arca Santa de los divinos favores.
Sin dolor no hay alegría, es decir, no
hay Oración, ni Contemplación, ni sólida virtud, esto es: sin
sufrimiento no existe sencillamente la vida espiritual.
La
palanca de la vida espiritual es el Dolor manifestado en las diferentes formas de Sufrimiento y
Padecimiento.
Muy
grande y encumbrada es esta virtud brotada de mi
Corazón Santísimo.
El Sufrimiento espiritual
perfecto consiste en recibir, buscar y
gozarse en el Sufrimiento, Padecimiento y toda clase de mortificación voluntaria o impuesta ya
directamente por
Mi mismo, ya por parte fiel prójimo o ya
proporcionada por la misma alma.
Esta definición encierra un campo vastísimo de
crueles y terribles martirios. Con sólo esto llegaría cualquiera alma que pasase por este camino a la más alta
perfección.
Los
enemigos del Sufrimiento y del padecimiento son muchos y combaten en favor del Mundo, Demonio y
Carne.
La Comodidad y el placer hacen inmensos esfuerzos para derrotar el sufrimiento y el padecimiento.
La Delicadeza
afina y pone en juego todas sus armas, la Flaqueza
y Debilidad los hacen tropezar y hasta llegar a caer.
Pero el Dominio propio, la Firmeza, la
Energía y la Constancia son sus apoyos y
las armas también con las cuales alcanza la victoria. ¡Felices mil veces las
almas vencedoras! CC 13, 329-333.
9. Mortificación
Nota :
El Sufrimiento y la mortificación van
más al interior del alma.
La penitencia y el padecimiento se refieren más al cuerpo.
La
Mortificación es el constante quebrantamiento de todo propio querer.
Sólo está incluido en el total sacrificio de la Obediencia: sin
embargo, puede el alma actuarse en todas sus
operaciones, ya que la virtud de la Mortificación es el incienso del
alma.
Esta virtud es muy amada de mi Corazón, la cual se desarrolla y crece
practicándola. Es una hija predilecta del Espíritu Santo y
su misión es purificar a las almas por el sacrificio; y su
perfección consiste en que este sacrificio sacudido de todo
propio interés, suba al cielo por el solo y puro amor. Este puro amor tiene muchos grados
y extensión. CC 13, 8-9.
La Mortificación es una grande virtud hija del
sufrimiento y hermana del Padecimiento. Es la mortificación la sal con la cual se sazonan todas las virtudes:
ellas son desabridas sin esta sal
indispensable para su sabor.
La
Mortificación, aunque es también hija del
Sufrimiento, es mayor que su hermano el
Padecimiento y más parecida a su padre en el sentido de que va al interior
del alma a practicar su misión.
La
misión
de la Mortificación es divina y su práctica lleva al alma a un alto
grado de perfección.
El
alma mortificada, es pura, obediente, humilde, penitente, y la acompañan todas o la mayor
parte de las virtudes.
La Mortificación tiene la virtud especial de levantar el alma de
las cosas de la tierra y de atraer por su medio la Presencia de Dios.
La
Mortificación es la leña o combustible con que se enciende el alma en
divino fuego.
La
Mortificación es una virtud secreta que en el ocultamiento y oscuridad,
hace grandes progresos.
Es la
Mortificación enemiga del ruido: y en un profundo silencio se
ejercita y crece. Tiene su asiento en 'el alma pura o
purificada.
Es
la Mortificación una virtud gigante: y aun cuando se muestre en la pequeñez de la humildad, o
con su vestidura, ella derroca a enemigos muy capitales del alma.
Es virtud
guerrera que consigo lleva a la lucha y la espada y no descansa en su misión, proporcionando
al alma que la posee, infinitos medios y modos de merecer.
La mortificación domina a los
sentidos y pone a raya a las pasiones del hombre: se interna hasta en las
potencias del alma, y pasa aún más allá, esto es, al campo
vastísimo interno dentro del cual
también impera ejerciendo ahí su dominio y su influencia más
perfecta.
Es
virtud tan fuerte, que derroca a la voluntad humana, la pisa, y hace de ella su asiento: la rinde
totalmente con su trabajo y esfuerzo;
y de tal manera llega a sujetarla, que aquel
feliz y mil veces feliz espíritu
que la tiene por su Reina llega a vivir y a
respirar dentro de ella y por ella misma.
Esta virtud tiene infinitas recompensas
celestiales para el alma que la practica, no sólo en
la eternidad, sino aún en el tiempo.
Sus
enemigos son los mismos que los del Sufrimiento y padecimiento: pero esta virtud como aborrece de
muerte a la Comodidad, a
la Delicadeza y al Placer, esgrime heroicamente todas sus armas para defenderse, apoyándose en la Humildad y en la Constancia. CC 13, 33-335.
10. Abnegación
La
Abnegación es una hermosísima virtud: es
hija del Sacrificio y de la Mortificación.
Su apoyo es Jesús, que es a la vez su
modelo y su fuerza.
Su campo es extensísimo: su misión es
constante.
Esta virtud es, la mayor parte de las veces oculta a los ojos humanos,
recreando los ojos divinos que la contemplan.
Pasa generalmente desapercibida por el mundo: se quema en el holocausto del propio dominio, y se embellece en la oscuridad, cumpliendo su misión.
Quebranta la ira del hombre, y atrae las gracias del cielo al alma feliz que la posee.
El aroma de esta virtud encanta a Mi Corazón divino.
Satanás la odia y le hace
encarnizada guerra.
Los
enemigos principales que se levantan contra la abnegación son: el Orgullo, el cansancio,
la tristeza, y el desfallecimiento. CC 13, 85-86.
11. Persecución
La
persecución es una de las gracias Mías con
que obsequio a las almas predilectas de mi Corazón.
Existen persecuciones desenmascaradas que hacen sufrir terriblemente al alma; existen otras que son
peores, sordas y ocultas, las cuales hacen más daño que las
anteriores: y en su oscuridad y silencio despedazan al alma contra quien
van dirigidas.
Existe la persecución de los buenos: Yo la permito, y ésta sí, es el verdadero crisol en el
que el alma se purifica.
Es
la Persecución un palenque sobre el cual el alma se exprime, dejando
ahí los humores emponzoñados o malos que la dañaban.
La
Persecución sobre todo de la inocencia: o la que es arrojada, diré,
sobre una alma víctima y pura, es la más dolorosa y cruel y
desgarradora; pero también es la más llena de celestiales
recompensas. "Bienaventurados los que padecen persecución por
la Justicia, porque de ellos el Reino de los
cielos". CC 13, 180.
Pero
no crean que todos aquellos a quienes persigue la justicia
humana sean míos,
o los llame Yo míos, o les regale mi Reino,
no: trato solamente de los que son inculpables e inocentes, y, sin embargo son perseguidos y calumniados y despreciados, o bien por la ofuscación o malicia
humana, o por permisión divina, a
fin de probar sus virtudes y aumentar sus merecimientos.
Aquí encontrarán el
fruto riquísimo del Desprecio ajeno. Mas tampoco crean que
alcancen mi Reino con sólo ser inocentemente perseguidos, que
muchos así lo son; sino que exijo del alma inocente y víctima
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