domingo, 29 de marzo de 2015

CUADRO DE VICIOS Y VIRTUDES





PRIMERA FAMILIA - VIRTUDES DE  SACRIFICIO

1.   Sacrificio
     El Sacrificio y el Dolor nacen sólo del AMOR de DIOS; y en él viven, y dentro de él crecen y fructifican, llenando el alma de inmensos bienes, (n. m. Tomo 12).


2.  Pobreza
     La Pobreza es muy semejante a la Santa Obediencia y a la hermosa humildad.
    El despojo total de la Pobreza se efectúa en no tener, el cual es hermano del no pertenecerse.
    Me doy, digan los Religiosos, me entrego, me vacío, me nulifico, todo lo entrego: de todo me despojo: entrego todas las personas, todos los afectos; devuelvo al Señor todo cuanto de El he recibido, con todos sus dones y gracias: doy mi cuer­po, mi alma, mi vida, mis sentidos y mis potencias, mis sen­timientos y palpitaciones y hasta mi eternidad. Esto es el despojo de la Pobreza. Y al despojarse se siente le una grande hambre de más pobreza; porque las virtudes participan de aquella hambre y sed insaciable de Dios, que nunca se satisface, siempre anhelando el alma aquel inmenso y Eterno Bien. Las virtudes son unas emanaciones del mismo Dios y tienen la misma propiedad de ser infinitas. CC 12, 364-365.
     La Pobreza, no sólo la exterior y actual, sino la interior del Espíritu debe ser el vestido del Religioso. Mi corazón ama mucho esta virtud, la cual practiqué toda mi vida hasta el último momento de mi paso sobre la tierra.
     El religioso con vanidad es muy pobre a mis ojos, y el pobre en su espíritu y cuerpo es rico en el cielo. Quiero a mis cruces muy pobres: desprecien todo adorno y comodidad; hasta despreciarse a sí mismos: estén desnudos de todo olor mundano, y vestidos sólo de Jesús. Cada día encontrarán más riquezas, más encantos en la Pobreza.
    Vistan con mucha modestia: y sus alhajas sean las que me adornaron a Mí; ya que a mi cuerpo, en mi muerte, sólo le tocaba exteriormente el leño de la Cruz, el hierro de los clavos y las punzantes espinas.
     Estúdienme, y sean un fiel retrato en el desasimiento perfecto de todo lo terreno, de todo lo divino, en Dios y por Dios. CC 6, 158-159.
     La pobreza y la obediencia tienen un color y un aroma muy parecidos. Este aroma embalsama cuanto toca, y da valor a los actos de la criatura, hasta un punto que yo solo sé. Estas virtudes huelen a divino: las dos nacieron en mi Cora­zón, y son mis amadas. CC 13, 11.
     La pobreza es una reina cubierta de harapos: a la vista espanta a la naturaleza: pero en abrazándose a ella tiene un aroma delicioso; se disfruta de una paz y dicha desconocidas por el mundo.
     A unas manos vacías llena el Señor, al cual le agrada dar al que no tiene y reconoce que lo que tiene es de Él y se lo devuelve.  
     Este recibir y devolver hace crecer el tesoro que el Señor derrama en el alma pobre; y mientras más recibe más de­vuelve, gozándose el Señor en este comercio santo; pero ¡ay del alma que se queda con sus gracias como propias!
     Yo llevo conmigo mis tesoros: y quien me tiene a Mí todo lo tiene; pero no en sí, sino en Mí mismo. El alma unida a Dios es rica con sus riquezas y totalmente vacía o pobre en sí misma, es decir, todo lo tiene sin tenerlo, y se queda con su pobreza, aunque este vestida de perlas. Por aquí se ve la necesidad de esto despojo de sí mismo, si se quiere emprender con fruto la vida espiritual perfecta. CC 11,  122-124.
3. Pobreza espiritual perfecta
    La Pobreza espiritual perfecta está alabada por Mí mis­mo en la primera Bienaventuranza e indico el premio a que es acreedora el alma que la posee.
    El reino de los cielos es más de los pobres de espíritu y mil veces más que de los pobres del cuerpo.
    Los pobres de espíritu son los que devuelven los dones al Dador de ellos: los que se renuncian totalmente: los que mueren a su propia voluntad, para vivir tan sólo de la Mía.
    De todos éstos es el Reino de los cielos. También es el Reino de los cielos de los obedientes, porque los Obedientes triunfarán desde el momento que se doblegan.
    Los obedientes cantarán victoria: más, ¿en dónde? En su Reino, en el Reino eterno de los cielos.
    La pobreza espiritual perfecta y la Obediencia espiritual perfecta son hermanas y de ambas es el Reino de los cielos. ¡Bienaventuradas las almas que las poseen!
    Y esto no es más que un acto de mi justicia; porque el que se renuncia a sí, me tiene a Mí; y el que todo lo da, también me posee a Mí; y el que muere a sí mismo, resucita en Mí; y el que nada tiene lo tiene Todo.
    Este Todo soy yo mismo.
    Mi liberalidad es muy grande; ya que por un poco de tierra doy un cielo.
    Al alma criada, que se da, se le da a ella un Dios increado.
    Y ¿quién podrá medir la distancia que hay entre Dios y la criatura? Si comparan la dádiva, su asombro crecerá y llegará la admiración a su colmo, si pudieran solamente entrever lo que es el eterno premio de mi Reino infinito.
    ¡Feliz el alma que llega a poseer estas virtudes espirituales perfectas! No sabe el Oasis los tesoros que tiene a su disposición. El mundo ignora esta última perfección, la cual es practicable y que escala el cielo, hasta llegar a poseerlo. CC 13, 120-122.


4.  Penitencia
     La Penitencia es el fuego que conserva las virtudes y les da savia para su desarrollo.
     De ella nace el propio desprecio; de ella se produce el ansia de padecer; el hambre de crucifixión.
     La humildad produce esta grande virtud, conserva sus actos; mas la desarrolla el amor divino.
     La Penitencia es muy agradable a Dios y tiene muchos visos, y alcanza diversas gracias para las almas y para la misma alma que la práctica.
     La Penitencia atrae a la ternura y el Corazón de Dios y tiene las cualidades de expiar y merecer.
     La Penitencia brota de la humildad. CC 13, 12.


5.  Penitencia Espiritual Perfecta
     La Penitencia exterior tiene la facultad o virtud de purificar el cuerpo y el alma, pero existe otra clase de penitencia: la penitencia espiritual perfecta.
     Esta penitencia es de un valor inmenso, y como lo dice su nombre, toca directamente al espíritu, aunque sus efectos se dejan también sentir en el cuerpo.
     Esta purificación no está en manera alguna en la voluntad humana, sino que depende totalmente de la voluntad di­vina. Esta voluntad divina, o por sí, o valiéndose de otro espíritu, hace pasar al alma por el vivo fuego del crisol de la purificación más intensa y atormentando al alma, la deja capaz para recibir las gracias del cielo. Este es un fuego que en un instante consume hasta las más pequeñas imperfeccio­nes, y acerca al espíritu, así purificado.
      Esta purificación deja en el alma varios santos afectos: es decir, le da luz, fortaleza y unión: estas tres gracias, además de otras, son las principales con que Dios regala al alma feliz que lleva por estos caminos.
      Esta penitencia es una de las virtudes internas perfectas de que venimos hablando: y solamente un especial beneficio de Dios y un don puramente gratuito. Es un favor del cielo con el cual Dios purifica a las almas, las limpia para subirlas a la alteza incomprensible de la unión.
       Son estas desolaciones, que van a lo más hondo del espíritu, un don gratuito, sin que nadie sea capaz, ni de quitar­las, ni de disminuirlas, pero se puede inclinar a mi Corazón a concederlas, practicando los tres grados de perfección de la Religión de la Cruz. CC 6, 224-227.
       La Penitencia es de gran valor y procura al alma innumerables bienes. El cuerpo es como un pedernal y la peniten­cia el eslabón con que se produce el fuego santo que purifica el alma y la abraza en el divino amor.
      La penitencia es una poderosa arma contra muchos vicios; es espuela contra la molicie y ataca directamente a to­dos los pecados capitales. Es el cerco de la castidad, la desper­tadora del espíritu y el antídoto contra el fuego del Purgato­rio: es la llave de las gracias y la que detiene la justicia del mismo Dios, es una mina que atesora para el cielo.
      La penitencia abre las puertas de la contemplación y los tesoros celestiales. Sin embargo, hasta su nombre causa horror; pero si se gustasen sus frutos, este delicado sabor que en el mundo no se encuentra...! La Penitencia inclina al hombre a la mortificación, al propio desprecio, a la Caridad del prójimo y a la unión con Dios. CC 10, 19-20.


                  6, 7 y 8.  Sufrimiento, Sufrimiento Espiritual Perfecto y Padecimiento
      La virtud del sufrimiento es una parte esencial del Dolor. El sufrimiento cristiano que se acompaña siempre de la resignación y de la Paciencia, es hijo de mi Corazón, nacido y santificado en El.
      En mi Corazón se santificó el Dolor interno, del sufrimiento de mi Corazón tomó su virtud y fortaleza.
      El sufrimiento es mayor que el Padecimiento, porque éste toca al cuerpo y aquél al alma, y tanto le aventaja cuanto es la diferencia de la material a lo espiritual.
      El Padecimiento cristiano es también una virtud, y muy grande y de riquísimo e imponderable valor a los ojos de Dios, sobre todo cuando parte de un cuerpo puro, con una alma santificada.
     Uno de los mayores medios para la santificación de una alma es el padecimiento físico causado por las enfermedades; sin embargo, el Padecimiento es hijo del Sufrimiento y la mayor parte de las veces andan juntos. Mas ahora no trato aquí de un Sufrimiento puramente moral, aunque en mucho lo estimo y valorizo; hablo del Sufrimiento espiritual perfec­to, que anega al alma en las amarguras más crueles.
     Esta clase de sufrimiento interno fué el que desgarró a mi amantísimo Corazón, desde el instante mismo de mi Encarnación hasta que entregué mi Espíritu en manos de mi Padre. En este sufrimiento se complacen las miradas del Padre; y él es el que partiendo de una alma pura, alcanza más gracias celestiales. Todo Padecimiento y todo Sufrimiento es Cruz, y constituyen el camino derecho para el cielo.
     Ellos preparan al alma para la Contemplación y la conservan: ellos son indispensables apoyos para la Oración, y su alimento y su vida.
     A la medida del Dolor descienden las gracias para el alma y para las almas.
    El Dolor es el Arca Santa de los divinos favores.
     Sin dolor no hay alegría, es decir, no hay Oración, ni Contemplación, ni sólida virtud, esto es: sin sufrimiento no existe sencillamente la vida espiritual.
     La palanca de la vida espiritual es el Dolor manifestado en las diferentes formas de Sufrimiento y Padecimiento.
     Muy grande y encumbrada es esta virtud brotada de mi Corazón Santísimo.
     El Sufrimiento espiritual perfecto consiste en recibir, buscar y gozarse en el Sufrimiento, Padecimiento y toda cla­se de mortificación voluntaria o impuesta ya directamente por Mi mismo, ya por parte fiel prójimo o ya proporcionada por la misma alma.
    Esta definición encierra un campo vastísimo de crueles y terribles martirios. Con sólo esto llegaría cualquiera alma que pasase por este camino a la más alta perfección.
    Los enemigos del Sufrimiento y del padecimiento son muchos y combaten en favor del Mundo, Demonio y Carne.
    La Comodidad  y el placer  hacen inmensos esfuerzos para derrotar el sufrimiento y el padecimiento.
    La Delicadeza afina y pone en juego todas sus armas, la Flaqueza y Debilidad los hacen tropezar y hasta llegar a caer.
    Pero el Dominio propio, la Firmeza, la Energía y la Constancia son sus apoyos y las armas también con las cuales alcanza la victoria. ¡Felices mil veces las almas vencedoras!  CC 13, 329-333.

                              
9. Mortificación
             Nota :  El Sufrimiento y la mortificación van más al interior del alma.
                          La penitencia  y el padecimiento se refieren más al cuerpo.
    La Mortificación es el constante quebrantamiento de todo propio querer. Sólo está incluido en el total sacrificio de la Obediencia: sin embargo, puede el alma actuarse en todas sus operaciones, ya que la virtud de la Mortificación es el incienso del alma.
    Esta virtud es muy amada de mi Corazón, la cual se desarrolla y crece practicándola. Es una hija predilecta del Espíritu Santo y su misión es purificar a las almas por el sacrificio; y su perfección consiste en que este sacrificio sacudido de todo propio interés, suba al cielo por el solo y puro amor. Este puro amor tiene muchos grados y extensión. CC 13, 8-9.
    La Mortificación es una grande virtud hija del sufrimiento y hermana del Padecimiento. Es la mortificación la sal con la cual se sazonan todas las virtudes: ellas son desabridas sin esta sal indispensable para su sabor.
    La Mortificación, aunque es también hija del Sufrimiento, es mayor que su hermano el Padecimiento y más parecida a su padre en el sentido de que va al interior del alma a prac­ticar su misión.
    La misión de la Mortificación es divina y su práctica lleva al alma a un alto grado de perfección.
    El alma mortificada, es pura, obediente, humilde, penitente, y la acompañan todas o la mayor parte de las virtu­des. La Mortificación tiene la virtud especial de levantar el alma de las cosas de la tierra y de atraer por su medio la Presencia de Dios.
    La Mortificación es la leña o combustible con que se enciende el alma en divino fuego.
    La Mortificación es una virtud secreta que en el ocultamiento y oscuridad, hace grandes progresos.
    Es la Mortificación enemiga del ruido: y en un profundo silencio se ejercita y crece. Tiene su asiento en 'el al­ma pura o purificada.
    Es la Mortificación una virtud gigante: y aun cuando se muestre en la pequeñez de la humildad, o con su vestidura, ella derroca a enemigos muy capitales del alma.
    Es virtud guerrera que consigo lleva a la lucha y la espada y no descansa en su misión, proporcionando al alma que la posee, infinitos medios y modos de merecer.
    La mortificación domina a los sentidos y pone a raya a las pasiones del hombre: se interna hasta en las potencias del alma, y pasa aún más allá, esto es, al campo vastísimo interno dentro del cual también impera ejerciendo ahí su dominio y su influencia más perfecta.
     Es virtud tan fuerte, que derroca a la voluntad humana, la pisa, y hace de ella su asiento: la rinde totalmente con su trabajo y esfuerzo; y de tal manera llega a sujetarla, que aquel feliz y mil veces feliz espíritu que la tiene por su Rei­na llega a vivir y a respirar dentro de ella y por ella misma.
    Esta virtud tiene infinitas recompensas celestiales para el alma que la practica, no sólo en la eternidad, sino aún en el tiempo.
    Sus enemigos son los mismos que los del Sufrimiento y padecimiento: pero esta virtud como aborrece de muerte a la Comodidad, a la Delicadeza y al Placer, esgrime heroica­mente todas sus armas para defenderse, apoyándose en la Humildad y en la Constancia. CC  13, 33-335.


10.   Abnegación
     La Abnegación es una hermosísima virtud: es hija del Sacrificio y de la Mortificación.
      Su apoyo es Jesús, que es a la vez su modelo y su fuerza.
      Su campo es extensísimo: su misión es constante.
     Esta virtud es, la mayor parte de las veces oculta a los ojos humanos, recreando los ojos divinos que la contemplan.
     Pasa generalmente desapercibida por el mundo: se quema en el holocausto del propio dominio, y se embellece en la oscuridad, cumpliendo su misión.
     Quebranta la ira del hombre, y atrae las gracias del cielo al alma feliz que la posee.
     El aroma de esta virtud encanta a Mi Corazón divino.
     Satanás la odia y le hace encarnizada guerra.
     Los enemigos principales que se levantan contra la abnegación son: el Orgullo, el cansancio, la tristeza, y el desfallecimiento. CC 13, 85-86.


11.  Persecución
     La persecución es una de las gracias Mías con que obsequio a las almas predilectas de mi Corazón.
     Existen persecuciones desenmascaradas que hacen sufrir terriblemente al alma; existen otras que son peores, sordas y  ocultas, las cuales hacen más daño que las anteriores: y en su oscuridad y silencio despedazan al alma contra quien van dirigidas.
    Existe la persecución de los buenos: Yo la permito, y ésta sí, es el verdadero crisol en el que el alma se purifica.
    Es la Persecución un palenque sobre el cual el alma se exprime, dejando ahí los humores emponzoñados o malos que la dañaban.
    La Persecución sobre todo de la inocencia: o la que es arrojada, diré, sobre una alma víctima y pura, es la más dolorosa y cruel y desgarradora; pero también es la más llena de celestiales recompensas. "Bienaventurados los que pade­cen persecución por la Justicia, porque de ellos el Reino de los cielos". CC 13, 180.
    Pero no crean que todos aquellos a quienes persigue la justicia humana sean míos, o los llame Yo míos, o les regale mi Reino, no: trato solamente de los que son inculpables e inocentes, y, sin embargo son perseguidos y calumniados y despreciados, o bien por la ofuscación o malicia humana, o por permisión divina, a fin de probar sus virtudes y aumentar sus merecimientos.
    Aquí encontrarán el fruto riquísimo del Desprecio ajeno. Mas tampoco crean que alcancen mi Reino con sólo ser inocentemente perseguidos, que muchos así lo son; sino que exijo del alma inocente y víctima