TEXTOS DE CONCEPCIÓN CABRERA
DE ARMIDA SOBRE EL ESPÍRITU SANTO
La Sagrada Escritura, el Magisterio de los Papas, de los
Obispos y la experiencia de los santos de la Iglesia, nos dicen con diversos
lenguajes que el Espíritu Santo es Dios como el Padre y como el Hijo. (CIC, 685). Es el lazo
de unión entre ellos. Es el Amor increado que procede del Padre y del Hijo. Es
la fecundidad y la Vida de Dios en la misma Trinidad. Es la santidad de Dios.
Es la "emanación" constante de Dios
en sí mismo. Es "el
alma"
del Padre y del Hijo. Es su voluntad. Es la "fecundación" divina de Dios que
no ha tenido inicio ni tendrá fin.
La
fecundación de Dios en sí mismo tiene su "origen" en la insondable perfección del Amor divino que,
sin tener principio ni crecer, (pues es infinito), "genera" en Dios todas sus
perfecciones eternas. El Espíritu Santo es la felicidad misma de Dios que
"produce" y "renueva" todas las bellezas
y los bienes divinos por toda la eternidad.
Todos
los atributos del Ser divino son "emanados" por el Espíritu Santo pues, la sustancia de Dios
es Amor, y el Espiritu Santo es el Amor personal de la Trinidad
Santa. (cf. Concepción Cabrera de Armida, Diario Espiritual. Tomo 7, pp.
301-302, Inédito.)
El Espíritu Santo es el primer Don o Regalo de
Jesús resucitado a los creyentes. Por eso es la fuente de todos los tesoros de
la Gracia divina con los que somos divinizados. Los Sacramentos son la forma
principal, (aunque no la única), con la cual su acción transformadora y
santificadora se hace presente.
El Espíritu Santo es el constructor de la Comunidad de creyentes
en Jesús. En cada sacramento imprime en nosotros algún rasgo que nos asemeja a
Cristo. La Eucaristía es la obra maestra del Espíritu Santo pues en ella hace
presente el mismo Sacrificio de la Cruz y de la Resurrección de Cristo.
Pablo VI habla de un modo espléndido del Espíritu Santo como
alma de la Iglesia: “El Espíritu Santo es el animador y santificador de la
Iglesia, su aliento divino, el viento de sus velas, su principio unificador, su
apoyo y su consolador, su fuente de carismas, su paz y su gozo, su premio y
preludio de la vida bienaventurada y eterna. La Iglesia necesita su perenne
Pentecostés; necesita fuego en el corazón, palabras en los labios, profecía en
la mirada”.
El Espíritu Santo ha realizado en María santísima el
prodigio de la Encarnación del Verbo de Dios en nuestra humanidad. Con su poder
le ha dado "el vestido" humano a Dios. Durante toda la vida de Jesús,
Él fue su Guía y su Director que lo impulsaba a hacer la voluntad del Padre, a
ayunar en el desierto, a orar, a evangelizar, a curar a los enfermos. Movido
por el Espíritu, Jesús realizó una obra más grande que la primera creación: la
re-generación de la humanidad mediante el ofrecimiento al Padre de su vida en
oblación perfumada por una confianza infinita.
En
los creyentes, el Espíritu Santo realiza lo mismo que hizo en Jesús: nos hace
tener la experiencia de que somos hijos amados por Dios y suscita nuestra
respuesta llena de confianza, de amor y de agradecimiento que nos hace
exclamar: "Oh
Dios, tú eres mi amado papacito, (Abbá) que me amas con amor eterno!" (cf. Rm 8, 15).
El
Espíritu Santo vive en nosotros como el alma de nuestra alma y nos atrae con delicadeza
para vivir de día y de noche con los mismos sentimientos, deseos, intenciones y
anhelos de Jesús resucitado. Nos hace creaturas nuevas que viven bajo su acción
transformadora. Por eso, aceptar ser conducidos por sus inspiraciones nos lleva
a glorificarlo y a obedecerlo como hizo Jesús. La fidelidad a sus inspiraciones
que nos conducen, hace que seamos convertidos en hijos de Dios. (cf. Rm 8,14).
En estos tiempos que se habla de epidemias y de enfermedades
contagiosas, el Espíritu Santo es como el "experto medico divino" que
nos inyecta la medicina de su caridad en nuestras venas para contrarrestar los
"virus" de nuestras tendencias negativas que nos llevan a enfermarnos
y hacen morir la caridad divina. Su acción terapéutica consiste en fortalecer
un nuevo "sistema inmunitario" que es capaz de crear los
"anticuerpos" que nos defienden de las agresiones invisibles del mal,
del pecado y del demonio que quieren nuestra perdición o muerte eterna.
Por un lado, la acción
defensiva de su gracia dispone nuestra voluntad para que nos alejemos de los
peligros por medio de una percepción clara del error y del mal. Por otro lado,
su acción curativa nos hace desear y realizar lo que Dios quiere para nosotros:
la Salud eterna, la Vida abundante, la Vida de Dios en nosotros!
En el Nuevo Testamento la
palabra griega que se usa para decir "Vida" no es "bios"
que sirve para definir la vida biologica, sino "zoé" que tiene la
acepción de Vida divina. Jesús dice que sus palabras son "pneuma kai
zoé". Son Espíritu y Vida. Esta Vida de Dios es la que "el terapeuta
divino" nos infunde cuando nos saca de nuestro aislamiento, de nuestras
depresiones y de todas las oscuridades mediante las "antidepresivos"
que son sus Dones. Con la "dieta" del alimento del Cuerpo y la Sangre
de Jesús genera en nuestro organismo espiritual aquel "refuerzo
inmunitario" que se manifiesta como fuerza, virtud, potencia para combatir
los agentes patógenos que, con violencia y con terror, intentan enfermarnos.
Sus medios preventivos y curativos son las "vitaminas" y las
"enzimas" que ayudan a que nuestro metabolismo pueda asimilar y
realizar con alegría lo que Dios nos manda.
Pero, hay algo
más grande todavía. El Espíritu Santo nos purifica y contrarresta nuestras
enfermedades "espirituales" con un verdadero y propio transplante de
nuestro corazón de piedra con el Corazón de Cristo. Por si no bastara, realiza
no solo la diálisis sino una completa transfusión de nuestra sangre debilitada
por haber contraído la "inmunodeficiencia adquirida".
Gracias a que la
misma Sangre de Cristo circula ahora por nuestras venas, el Espíritu Santo
realiza en nosotros algo análogo a lo que hace en la Santa Trinidad: nos
diviniza y nos santifica, pues su ser es creador y transformador. En Dios esta
acción es "naturalmente divina" mientras que en relación a nosotros
es "sobrenatural, gratuita y participada" por medio de la caridad que
ha sido derramada en nuestros corazones. (cf. Rm 5, 5).
El Espíritu Santo viene a
curarnos de nuestras enfermedades que tienen su origen en nuestra dificultad
natural para escuchar el susurro de su tenue voz. (Sordera). Sus
"recetas" o inspiraciones resuenan y se escuchan sobre todo en la Palabra
de Dios y en la oración, pues toda la Palabra de Dios ha sido inspirada por Él.
Aunque el ruido de nuestros hábitos negativos, (vicios o tendencias de la
carne), nos impiden percibir la dulce música sinfónica del espíritu, el
Espíritu Santo nos enseña a orar y nos atrae hacia el bien con sus
insinuaciones silenciosas en el ámbito de nuestra conciencia.
Para darnos
"el tratamiento" que nos re-habilite para escuchar y realizar la
Voluntad de Dios, (que consiste en amar a Dios con todo el corazón y con todas
las fuerzas y a nuestro prójimo con la misma caridad de Jesús), el Espíritu
Santo nos hace oír un vivo deseo de vivir según los criterios de Jesús y de
poner en práctica su Palabra. Esta es la grande "sanación interior" o
sabiduría que Dios quiso revelar a los sencillos y ocultar a los sabios de este
mundo. Los creyentes en Jesucristo resucitado le pertenecemos no solo porque
fuimos bautizados y confirmados, sino porque sentimos como un imperativo
interno el deseo de obedecer a su Palabra por amor y no por miedo.
La Sabiduría, la
Ciencia, la Inteligencia, el Consejo y tantos otros Dones del Espíritu Santo,
son como voces interiores que nos impulsan desde dentro a realizar la voluntad
de Dios que consiste en nuestra santificación. Cuando uno es esclavo obedece
por un motivo impuesto de manera coactiva y externa pues está sometido a un
deber que, si no es cumplido, viene castigado. En cambio, el Espíritu Santo nos
da la libertad de los Hijos de Dios que aman a Dios y aman su voluntad no por
el temor, ni por el deber, ni por miedo al castigo, etc., sino por una afinidad
o "tendencia sobrenatural" que nos orienta a amar lo que Dios nos
promete y a creer con certeza absoluta que su ayuda y su asistencia será
contínua e indefectible.
Por fortuna, el
Espíritu Santo no se limita a sugerirnos qué hay que hacer, sino que también
nos da la capacidad de hacer el bien y evitar el mal. El himno Veni creator lo
dice en los versos: "mentes tuórum vísita, imple supérna grátia quae tu
creásti pectora", infunde amor en los corazones y conforta sin cesar
nuestra fragilidad. "Ductóre sic te praévio vitémus omne nóxium":
contigo como guía evitaremos todo mal.
Cuando llega el
felíz día en que finalmente aceptamos que Jesús es nuestro único Señor, somos
llenados con una nueva efusión del Espíritu Santo y nos sentimos liberados de
todas las condenas y culpas para gozar de la libertad de los hijos de Dios.
Por eso, si
queremos salir de este tiempo de crisis, es imperativo creer en el Amor del
Padre que nos ha amado en Jesús. Si consagramos de nuevo nuestra vida al
señorío de Jesús, entonces Él nos dará una nueva experiencia de la anchura y la
altura, de la profundidad y de la extensión ilimitada del poder de su Espíritu
Santo. A su vez, nuestro médico divino, el Espíritu Santo, nos dará el
tratamiento terapéutico adecuado para superar nuestra sordera espiritual,
nuestra "inmunodeficiencia espiritual adquirida" y todas aquellas
"enfermedades del espíritu" que, silenciosamente o con violencia y
prepotencia, nos impiden entrar en la armonía producida por la fe y la
confianza ilimitadas en la Palabra de Dios.
Recordemos
que "el hombre animal o psíquico no comprende las cosas del
Espíritu" y que igualmente, sin el Espíritu Santo los mandamientos de
Dios son cargas pesadas imposibles de llevar. "Sin el Espíritu
Santo Dios está lejos, Cristo está en el pasado, el Evangelio es letra muerta;
la Iglesia, una simple organización; la autoridad, una dominación; la misión es
propaganda; el culto, una evocación, y el obrar cristiano, una moral de esclavos.
Pero en Él... Cristo resucitado está aquí, el Evangelio es fuerza de vida, la
Iglesia quiere decir comunión trinitaria, la autoridad es un servicio
liberador, la misión es un Pentecostés, la liturgia es memorial y anticipación,
el obrar humano está deificado”. (Ignazio Hazim).
Para ser transformados en
hijos de Dios, el Espíritu Santo nos ha regalado el Amor de Dios manifestado en
Jesucristo, Señor nuestro. (cf. Rm 8, 39). Nos ha invitado a pertenecer al
Reino de Dios. Este Reino no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en
el Espíritu Santo. (cf. Rm 14, 17).
El Espíritu Santo
nos regala la caridad para que los hijos de Dios seamos dóciles a su acción
unificante en la fraternidad. Dios quiere que tengamos vida abundante y eterna
y que seamos capaces de establececer relaciones humanas sanas, libres, llenas
de armonía, solidaridad, justicia, benevolencia, servicio, alegría, paciencia,
generosidad, etc. (1Cor, 13, 1-13).
El Espíritu Santo
nos hace sentir una seguridad interior de ser amados a tal punto que, las
tendencias del "hombre viejo" son expulsadas por la confianza más que
por el miedo. Es como si sus "vacunas de amor" provocaran una
aversión interior (hoy diríamos alergia), al odio, a la envidia, a los celos, a
las discordias, a las rencillas y a toda clase de desordenes que nos
envilecen. (cf Gal 5,19-25).
El Espíritu Santo
nos transforma en Cristo también por medio del odio al mal, por la penitencia,
por la limosna y por la compasión hacia el hombre caído en el error y en el
pecado. El Espíritu Santo nos hace solidarios con nuestra humanidad que sufre
porque "fue asaltada por los ladrones", pero tambien nos hace probar
el dolor de Cristo, sus dolores internos provocados por nosotros sus hermanos
"malhechores, homicidas, idólatras, infieles, injustos, sacrílegos, ateos,
vengativos, hipócritas, avaros, traidores, orgullosos, soberbios e
indiferentes, etc.", que con nuestra ingratitud, nuestra desconfianza y
nuestra dureza, entristecemos al Espíritu y caemos en el serio riesgo de perder
definitivamente la vida eterna conquistada con su Sangre preciosa...
Para consolar al
Corazón de Cristo, el Espíritu Santo nos da un corazón lleno de misericordia
sacerdotal, (tal como es el Corazón de Jesús), capaz de vencer el mal con el
bien y el error con la verdad. Por eso, con sus sentimientos propios de un
sacerdote capaz de compadecerse de nosotros, suscita en nosotros la oración
solidaria de intercesión que pide con insistencia la salvación de todos los
hombres, sean ellos/ellas "justos o pecadores, crucificados o
crucificadores, víctimas o verdugos"...(cf. Lc 15,7; Mt 5,43-48; 6,14)
El Espíritu Santo
nos llama así a reproducir en manera supletiva las virtudes que faltan en
nuestro mundo y en nuestra Iglesia. Con amor y solo por amor infunde su caridad
oblativa que nos hace vivir la fidelidad en favor de aquellos que no la viven;
nos impulsa a santificar cada acción para suplir la falta de santidad de los
consagrados, de los sacerdotes o de los laicos, etc. (cf. Mt 7,7-11)
El Espíritu Santo
nos conduce a ofrecerle nuestro cuerpo y nuestra sangre como una humanidad
extensiva a la sagrada Humanidad de Cristo para que sea el mismo Jesús a vivir
en cada uno de nosotros su misma mansedumbre, su misma humildad, su generosidad
y todas sus virtudes que continúan a salvar hoy a México, al mundo y a la
Iglesia. La salvación del mundo no llegará en una forma mágica ni por un decreto legal ni
por alguna acción externa o impositiva.
La
"sanación-santificación" de nuestro mundo se hará presente a través
de la humildad de Cristo que continuará a salvarnos mediante el grano
de trigo que cae en tierra para morir y dar fruto, es decir mediante la
purificación que nos hará morir a todo lo que no nos deja vivir la vida de
Dios. Esta es la misión del Espíritu Santo: generar nuestra sanación espiritual
y nuestra santificación personal en modo no aislado o individualista sino en manera común y
solidaria: eclesial.
"Jesús Salvador de los Hombres, sálvalos, sálvalos" es el grito que
suplica al Amor de Dios que nos dé su luz y su fuerza a cada uno de nosotros
para que trabajemos con tesón hacia la transformación de nuestra Cultura de la
muerte en una Civilización del Amor, aunque este empeño implique pagarlo con la vida misma!
En alguna medida
todos hemos desobedecido al Espíritu Santo pues somos frágiles. La única
persona que no lo ha hecho es la Vírgen María pues, Dios la preservó desde su
Concepción inmaculada de las consecuencias del pecado que sufre todo el resto
de la humanidad. Nuestro Dios sabe que nos pueden llegar momentos de
desaliento, de flaqueza y de cansancio, pero nos advierte que si abusamos de la
misericordia de Dios, podemos llegar al extremo de "pecar contra el
Espíritu Santo", que es una condición terriblemente dañosa pues consiste
en el rechazo libre y voluntario de las innumerables exhortaciones a la
conversión. (cf.Lc 12,10; Mc 3,28)
Vivir una vida
desordenada y lejana de los sacramentos es la vía descendiente que nos conduce
al odio, a la soberbia, a la indiferencia, a la desconfianza, a la malicia, a
la ruinidad, a la infidelidad y a la dureza de juicio. Este camino desemboca
tarde o temprano en la obstinación en el mal y en la impenitencia final. Dios
nos quiere librar de estos males que ya, desde esta vida, hacen entrar el
infierno en nosotros y por eso nos llama y nos atrae con la Cruz, con la
Gracia, con el Amor y con tantos medios hacia la perseverancia, la oración, la
penitencia, la caridad, el perdón, etc. (cf. Concepción Cabrera de
Armida, De las Virtudes y los Vicios, Concar A.C., México 1976.)
PROMOVIDO POR EL GRUPO ESPIRITUALIDAD DE LA
CRUZ – CÁDIZ.
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