De Mons. Luis María Martínez
Al Espíritu Santo debe amársele como se ama
la belleza, como se ama el cántico del amor; porque el Espíritu Santo es como
el cántico sustancial de Dios, ese cántico que se derrama en el universo.
Puesto que el Espíritu Santo es la consumación, el alma que lo ama debe ser
perfecta y consumada en todo.
El alma que ama con el Espíritu Santo es
fidelísima a sus santas inspiraciones, como una lira delicadísima que canta al
menor soplo del viento.
PUBLICADO POR SOTO CRUZ
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