ENCARNACIÓN MÍSTICA : 25 DE MARZO DE 1906
La Gracia Central de su vida
14 de Febrero de 1897: El Señor anunció a Concepción Cabrera de Armida una gracia muy grande para el día
de la fiesta Encarnación del Verbo, el 25 de Marzo. Le prometió “unirse espiritualmente con su alma y darle
una nueva vida”. “Prepárate –le dijo- purifícate, porque es muy grande el beneficio que se te
prepara”. Ella se resistió porque se creía indigna. Sin embargo obedeció y se preparó lo mejor que pudo para
ese día. Llegó el día esperado y no pasó nada de extraordinario. Conchita sufrió enormemente porque se sintió
despreciada por el Señor, el cual le dijo días después: “¿Acaso te dije el año?”
24 de Marzo de 1906: El acontecimiento de gracia lo describe Concepción en su diario espiritual. Fue un hecho preparado por Dios durante nueve años; hecho que tenía relación con el tema de los ejercicios espirituales que estaba haciendo con el P. Duarte, S.J. La meditación de la mañana de ese día dentro del esquema de los ejercicios de San Ignacio, había tratado sobre el misterio de la Encarnación del Verbo. Ella anotó en su diario la impresión que le causaron las palabras del sacerdote:
La Encarnación! ¡El Verbo se hizo carne! ¡Esta meditación sí que me hace estremecer!... ¡el Verbo me enamora, me enloquece, me arrebata! ¡Esa humillación sin igual!... esa segunda Persona divina unida a la naturaleza humana por puro amor, por obra del Espíritu Santo, en el seno purísimo de María, es mi delirio, mi pasión, mi todo.
(Cuenta de Conciencia, Tomo 22,160)
Las expresiones de amor al Verbo salpican por todas partes sus escritos, pero en especial las de ese día:
El Verbo se hizo carne... y habitó entre nosotros y habita aún en los Sagrarios, y los suyos no lo recibieron. Sufro, Padre (Bernardo), al considerar que yo, muy suya, no lo he recibido... sin embargo, lo amo, oh sí, lo amo más que a mi vida y a mil vidas y a mil cielos; no se imagina la ternura que mi pobre pecho siente por ese Verbo, por esa Palabra eterna y la gloria que quisiera procurarle. Y yo tengo mis manos vacías y mi corazón sólo lleno de ansias vivas por complacerlo. Y mañana es su fiesta y yo no tengo qué darle y me muero de pena, de rubor y vergüenza. (C.C. 22,163)
Con este fuego en su alma llegó el 25 de marzo, fiesta de la Encarnación del Verbo. Concepción temblaba, machucada hasta el polvo, esperando para ese día lo que le tenía prometido el Señor. El ambiente ya estaba preparado anímica y espiritualmente; no era algo que vendría de golpe.
Recibió la comunión antes de la Misa. Renovó en ese momento sus compromisos. A la hora de rezar el Credo, en el Incarnatus, quiso decirle muchas cosas al Señor. Poco después en un momento de la Misa experimentó la presencia de Jesús que le decía:
“Aquí estoy; quiero encarnar en tu corazón místicamente. Yo cumplo lo que ofrezco; he venido preparándote de mil modos y ha llegado el momento de cumplir mi promesa; Recíbeme;” Y sentí un gozo con vergüenza indecible. Pensé que ya lo había recibido en la comunión, pero como adivinándome, continuó: -“No es así; de otro modo además, hoy me has recibido. Tomo posesión de tu corazón; me encarno místicamente en él, para no separarme jamás... Y continuó: Esta es una gracia muy grande que te viene preparando mi bondad; humíllate y agradécela”.
24 de Marzo de 1906: El acontecimiento de gracia lo describe Concepción en su diario espiritual. Fue un hecho preparado por Dios durante nueve años; hecho que tenía relación con el tema de los ejercicios espirituales que estaba haciendo con el P. Duarte, S.J. La meditación de la mañana de ese día dentro del esquema de los ejercicios de San Ignacio, había tratado sobre el misterio de la Encarnación del Verbo. Ella anotó en su diario la impresión que le causaron las palabras del sacerdote:
La Encarnación! ¡El Verbo se hizo carne! ¡Esta meditación sí que me hace estremecer!... ¡el Verbo me enamora, me enloquece, me arrebata! ¡Esa humillación sin igual!... esa segunda Persona divina unida a la naturaleza humana por puro amor, por obra del Espíritu Santo, en el seno purísimo de María, es mi delirio, mi pasión, mi todo.
(Cuenta de Conciencia, Tomo 22,160)
Las expresiones de amor al Verbo salpican por todas partes sus escritos, pero en especial las de ese día:
El Verbo se hizo carne... y habitó entre nosotros y habita aún en los Sagrarios, y los suyos no lo recibieron. Sufro, Padre (Bernardo), al considerar que yo, muy suya, no lo he recibido... sin embargo, lo amo, oh sí, lo amo más que a mi vida y a mil vidas y a mil cielos; no se imagina la ternura que mi pobre pecho siente por ese Verbo, por esa Palabra eterna y la gloria que quisiera procurarle. Y yo tengo mis manos vacías y mi corazón sólo lleno de ansias vivas por complacerlo. Y mañana es su fiesta y yo no tengo qué darle y me muero de pena, de rubor y vergüenza. (C.C. 22,163)
Con este fuego en su alma llegó el 25 de marzo, fiesta de la Encarnación del Verbo. Concepción temblaba, machucada hasta el polvo, esperando para ese día lo que le tenía prometido el Señor. El ambiente ya estaba preparado anímica y espiritualmente; no era algo que vendría de golpe.
Recibió la comunión antes de la Misa. Renovó en ese momento sus compromisos. A la hora de rezar el Credo, en el Incarnatus, quiso decirle muchas cosas al Señor. Poco después en un momento de la Misa experimentó la presencia de Jesús que le decía:
“Aquí estoy; quiero encarnar en tu corazón místicamente. Yo cumplo lo que ofrezco; he venido preparándote de mil modos y ha llegado el momento de cumplir mi promesa; Recíbeme;” Y sentí un gozo con vergüenza indecible. Pensé que ya lo había recibido en la comunión, pero como adivinándome, continuó: -“No es así; de otro modo además, hoy me has recibido. Tomo posesión de tu corazón; me encarno místicamente en él, para no separarme jamás... Y continuó: Esta es una gracia muy grande que te viene preparando mi bondad; humíllate y agradécela”.
(2)
- Pero, Señor,- me atreví a decirle-, ¿qué lo que me habías ofrecido, lo que me habías
pedido, no eran unos desposorios?
-“Esos ya pasaron; esta gracia es infinitamente mayor”.
-¿Es el matrimonio espiritual, mi Jesús?
-“Es más, porque el matrimonio es una especie de unión más exterior; pero encarnar, vivir y crecer en tu alma, sin salir de ella jamás; poseerte Yo y poseerme tú como en una misma substancia, no dándome, sin embargo, tú la vida, sino Yo a tu alma, en una compenetración que no puedes entender, ésta es la gracia de las gracias”. ( C.C. 22, 171-172)
“Y yo sentía en mi alma una ternura inconcebible, aquilatada hasta el infinito, diré, por tratarse de lo divino. Siento una finura de amor, el más tierno, interior, entrañable y hondo: como que el arrancarlo sería arrancar la vida, sí, así de íntimo lo siento. Es un amor de Dios no imaginado, un amor en el corazón, con el mismo objeto que lo produce, dentro. ¡Oh, esto es inconcebible!...yo siento querer con toda mi alma, con todas mis fuerzas, a Jesús, a ese Verbo divino, y lo siento dentro del corazón, material, moverse, recordándome a cada paso su presencia”. C.C. 23, 76-77
Esta experiencia de unión tan íntima con Jesús, de transformación en Él, se la comunicó a Mons. Leopoldo Ruiz en una carta:
“No se imagina el impulso que desde el feliz 25 tiene mi alma, aunque entre dolores muy finos, pero eso no importa, me quiere víctima a su imitación y yo en mi pequeñez quiero serlo aunque no soy digna. Me llama a transformarme en Él por la compenetración del dolor, me estira a la práctica de las virtudes en todos sus grados. Me hace palpar mi nada, miseria y debilidad sin igual, y luego me levanta a unos vuelos que me sumergen en la misma divinidad. No me deja engreírme en los consuelos, ni siquiera en no tenerlos, constantemente está sacudiendo a mi espíritu y comunicándome nueva vida, nuevo vigor, creciente celo” (17 de mayo 1906)
¿Cómo entender la gracia de la encarnación mística?
Es obvio que no se trata de una nueva encarnación, ni con ella se pretende significar que la humanidad singular, asumida hipostáticamente por el Verbo, vaya a ser aumentada con la humanidad de Concepción.
Cada místico expresa según su modo de ser la plenitud de su vida interior. La gracia que recibió Concepción es una faceta de la unión de Dios con el alma. Esta gracia denota en Concepción un grado intensísimo de la acción del Espíritu Santo en ella por la cual ese Espíritu la ha hecho adherirse fuerte y visiblemente a la Iglesia madre. Al concederle Dios esta gracia, la recibe al modo del recipiente que es ella, es decir, de acuerdo a su ser maternal, por eso la gracia de la encarnación mística se formula en clave de maternidad. Es decir, se trata de una gracia que no sólo se entiende en sinónimo de encarnación, de presencia de Cristo en el alma, sino de relación maternal del alma con Cristo. La gracia de la encarnación mística tiene las características de un amor maternal para con el Verbo encarnado; contiene una realidad que permite que, en sentido metafórico respecto de la maternidad de la Virgen María, Jesús pueda ser llamado “Hijo de su corazón”.
“Yo, en cierto sentido, he venido a ser Hijo de tu corazón;...Tendrás, y muy crecido ese martirio de verme crucificado en tu corazón; ya has comenzado a experimentarlo: es muy fino, es muy doloroso, es la misma esencia del dolor porque es la del amor. Y lo de descubrirte aquel secreto que tú ni te hubieras atrevido sólo a pensarlo, que soy en cierto sentido, como Hijo de tu corazón, como si tu corazón, hija, fuera mi madre... y quiero que así sea, que sea, pero como fue el de María, con sus mismas virtudes y cualidades. Imítala, estúdiala y modela tu corazón con esa bella imagen.” (C.C. 25,127-129. 2 de Febrero de 1907)
Tomado de la Tesis Doctoral del P. Carlos Castro, MSpS en la Universidad Pontificia de México: “Proceso humano y experiencia de Dios en Concepción Cabrera de Armida” pags.235-239
POR LAS RCSCJ ROBLEDO DE CHABELA
-“Esos ya pasaron; esta gracia es infinitamente mayor”.
-¿Es el matrimonio espiritual, mi Jesús?
-“Es más, porque el matrimonio es una especie de unión más exterior; pero encarnar, vivir y crecer en tu alma, sin salir de ella jamás; poseerte Yo y poseerme tú como en una misma substancia, no dándome, sin embargo, tú la vida, sino Yo a tu alma, en una compenetración que no puedes entender, ésta es la gracia de las gracias”. ( C.C. 22, 171-172)
“Y yo sentía en mi alma una ternura inconcebible, aquilatada hasta el infinito, diré, por tratarse de lo divino. Siento una finura de amor, el más tierno, interior, entrañable y hondo: como que el arrancarlo sería arrancar la vida, sí, así de íntimo lo siento. Es un amor de Dios no imaginado, un amor en el corazón, con el mismo objeto que lo produce, dentro. ¡Oh, esto es inconcebible!...yo siento querer con toda mi alma, con todas mis fuerzas, a Jesús, a ese Verbo divino, y lo siento dentro del corazón, material, moverse, recordándome a cada paso su presencia”. C.C. 23, 76-77
Esta experiencia de unión tan íntima con Jesús, de transformación en Él, se la comunicó a Mons. Leopoldo Ruiz en una carta:
“No se imagina el impulso que desde el feliz 25 tiene mi alma, aunque entre dolores muy finos, pero eso no importa, me quiere víctima a su imitación y yo en mi pequeñez quiero serlo aunque no soy digna. Me llama a transformarme en Él por la compenetración del dolor, me estira a la práctica de las virtudes en todos sus grados. Me hace palpar mi nada, miseria y debilidad sin igual, y luego me levanta a unos vuelos que me sumergen en la misma divinidad. No me deja engreírme en los consuelos, ni siquiera en no tenerlos, constantemente está sacudiendo a mi espíritu y comunicándome nueva vida, nuevo vigor, creciente celo” (17 de mayo 1906)
¿Cómo entender la gracia de la encarnación mística?
Es obvio que no se trata de una nueva encarnación, ni con ella se pretende significar que la humanidad singular, asumida hipostáticamente por el Verbo, vaya a ser aumentada con la humanidad de Concepción.
Cada místico expresa según su modo de ser la plenitud de su vida interior. La gracia que recibió Concepción es una faceta de la unión de Dios con el alma. Esta gracia denota en Concepción un grado intensísimo de la acción del Espíritu Santo en ella por la cual ese Espíritu la ha hecho adherirse fuerte y visiblemente a la Iglesia madre. Al concederle Dios esta gracia, la recibe al modo del recipiente que es ella, es decir, de acuerdo a su ser maternal, por eso la gracia de la encarnación mística se formula en clave de maternidad. Es decir, se trata de una gracia que no sólo se entiende en sinónimo de encarnación, de presencia de Cristo en el alma, sino de relación maternal del alma con Cristo. La gracia de la encarnación mística tiene las características de un amor maternal para con el Verbo encarnado; contiene una realidad que permite que, en sentido metafórico respecto de la maternidad de la Virgen María, Jesús pueda ser llamado “Hijo de su corazón”.
“Yo, en cierto sentido, he venido a ser Hijo de tu corazón;...Tendrás, y muy crecido ese martirio de verme crucificado en tu corazón; ya has comenzado a experimentarlo: es muy fino, es muy doloroso, es la misma esencia del dolor porque es la del amor. Y lo de descubrirte aquel secreto que tú ni te hubieras atrevido sólo a pensarlo, que soy en cierto sentido, como Hijo de tu corazón, como si tu corazón, hija, fuera mi madre... y quiero que así sea, que sea, pero como fue el de María, con sus mismas virtudes y cualidades. Imítala, estúdiala y modela tu corazón con esa bella imagen.” (C.C. 25,127-129. 2 de Febrero de 1907)
Tomado de la Tesis Doctoral del P. Carlos Castro, MSpS en la Universidad Pontificia de México: “Proceso humano y experiencia de Dios en Concepción Cabrera de Armida” pags.235-239
POR LAS RCSCJ ROBLEDO DE CHABELA
Continuará este Tema.
No hay comentarios:
Publicar un comentario